En esta inmersión etnográfica, se trataba de realizar un ejercicio de detección de los ritmos de la vida social de los pueblos de los enclaves agroexportadores. La hipótesis de partida era que el mundo del trabajo y el mundo de la vida adquieren una temporalidad propia, así como una específica lógica y sentido social, derivada precisamente de la secuencia del proceso de recolección (“la campaña de la fruta”) y su conversión en producto alimentario (la labor del almacen de manipulado). Las crónicas de estos pueblos (Abarán, Cieza, Blanca, etc.) ya nos hablan que en las décadas de los 50 y 60 las entradas y salidas en las fábricas conserveras y en los almacenes de fruta eran marcadas por sirenas que se escuchaban en todo el pueblo. Si los viejos campanarios pautaron la sociedad tradicional, las sirenas de las fábricas agroalimentarias marcaron el ritmo de la vida moderna de estos pueblos… La llegada de “la campaña de la fruta” sigue modelando los tiempos sociales: los horarios de trabajo y de descanso, los ritmos intensivos de las cintas transportadoras y del camión que transporta la fruta a Alemania o Inglaterra, el ajetreo del pueblo, la afluencia de automóviles o furgonetas, y también el tiempo de la garbilla…
Por las carreteras de Abarán
Es primera hora de la mañana de un soleado día a comienzos de Junio. Tras recorrer en coche aproximadamente treinta kilómetros desde la capital, abandono la autovía para dirigirme por una carretera zigzagueante de unos cinco kilómetros hasta Abarán, en el corazón de nuestro ENCLAVE con 13.110 habitantes empadronados en 2012. El trayecto está jalonado a ambos lados por almacenes de frutas de diferente tipología que movilizan desiguales cantidades de trabajo y capital en diferentes temporadas de trabajo.
Una parte de los almacenes de manipulado de frutas están definitivamente cerrados o incluso alguno a medio gas (como el caso que conocimos en una visita grupal anterior de una empresa en suspensión de pagos y en proceso de embargo por sus arriesgadas inversiones inmobiliarias durante el ciclo expansionista de la construcción). Otros son aquellos almacenes tradicionales históricamente asentados en el territorio, cercanos al núcleo poblacional, con un tamaño pequeño-medio y cuya propiedad puede ser privada o cooperativa. Una parte de este tipo de almacenes trabaja principalmente fruta de hueso cuya campaña se prolonga durante 3 intensos meses de trabajo. Desde finales de Julio hasta el mes de abril permanecerán en estado de vida latente, infrautilizados y sin carga de trabajo. Según nuestras entrevistas uno de los grandes retos incumplidos de las cooperativas es, precisamente, romper con esta estacionalidad alargando las campañas de trabajo por medio de la diversificación productiva, para evitar la infrautilización de infraestructuras y estabilizar la demanda de empleo, sobre todo cualificada.
Como en una categoría superior se encuentran los grandes y sofisticados almacenes racionalmente construidos como factorías agroindustriales, con buena comunicación con la red de viaria para facilitar el flujo de mercancías en camiones articulados de gran tonelaje. Estos almacenes han sido equipados, pensados y financiados por grandes agroexportadores principalmente destinados para el comercio internacional. Debido a su mayor potencial económico, su integración en las redes de poder locales, inversión en investigación y su posicionamiento en el mercado internacional de frutas en fresco, están diversificando y ampliando su producción invirtiendo en las variedades de mayor rentabilidad económica, especialmente la uva de mesa apirena (sin piñón), cuya expansión es fundamental para comprender la reorganización socioeconómica y espacial del Enclave.
Junto a uno de estos grandes almacenes encuentro cuatro camiones aparcados en la cuneta de la carretera, donde hombres descamisados (en esta ocasión no vi ninguna mujer) esperan para que sus camiones sean cargados con alrededor de 25.000 kilos de fruta en fresco por valor de miles de euros. ¿Por qué no aguardan dentro de las instalaciones? Quizá el muelle se quede pequeño cuando la producción es máxima. Estos camioneros actuarán durante horas como engranajes de la cadena agroalimentaria internacional de frutas en fresco, enlazando este almacén situado en el Sureste del Mediterráneo con un centro de distribución alimentario en algún lugar de Europa.
En el cruce de caminos
Antes de hacer esta visita ya había pensado observar de una manera poco ortodoxa, aunque práctica, los diferentes flujos de trabajadores que se movilizan desde los diferentes centros de trabajo al pueblo. Abarán es de un urbanismo caótico, calles pequeñas y complejas comunicaciones. Pero existe un punto donde confluyen las dos carreteras de salida con la avenida central del pueblo: el cruce de la puerta de la iglesia. Por tanto, cientos de trabajadores empleados en estas fábricas de manipulación de fruta en temporada alta van y vienen a las mismas horas por distintas carreteras que confluyen en un mismo punto. Pero eso será a las 13horas que es cuando, según nuestra información, los almaceneros y almaceneras paran para almorzar.
Como aún es temprano decido aparcar el coche y pasear entre los pequeños almacenes más cercanos al núcleo urbano. La maquinaria ruge, hay trasiego constante de camiones de todo pelaje y puedo ver a personas trabajando dentro de los pequeños almacenes. Mientras paso por la puerta de uno de ellos dos hombres que parecen marroquíes van montados en una carretilla mecánica en dirección contraria a la mía, uno de ellos conduce, el otro está subido a las palas del “toro”. Imagino que han terminado alguna tarea en otra parte del almacén y ahora mismo se pierden por la puerta principal, al encuentro del resto de la plantilla. No debe haber mucha gente trabajando puesto que no se ve mucho movimiento y en una parte importante del almacén, que está sin actividad, se apilan cajas de madera, un material que prácticamente ya no se utiliza y nos remite a mercados secundarios y productos de precio más bajo. Apenas hay una docena de coches en un aparcamiento pequeño pero suficiente, puesto que la escala de producción es muy distinta a la de los grandes exportadores. Además estos centros de trabajo están cerca del casco urbano por lo que es posible el desplazamiento a pie.
Antes de hacer esta visita ya había pensado observar de una manera poco ortodoxa, aunque práctica, los diferentes flujos de trabajadores que se movilizan desde los diferentes centros de trabajo al pueblo. Abarán es de un urbanismo caótico, calles pequeñas y complejas comunicaciones. Pero existe un punto donde confluyen las dos carreteras de salida con la avenida central del pueblo: el cruce de la puerta de la iglesia. Por tanto, cientos de trabajadores empleados en estas fábricas de manipulación de fruta en temporada alta van y vienen a las mismas horas por distintas carreteras que confluyen en un mismo punto. Pero eso será a las 13horas que es cuando, según nuestra información, los almaceneros y almaceneras paran para almorzar.
Como aún es temprano decido aparcar el coche y pasear entre los pequeños almacenes más cercanos al núcleo urbano. La maquinaria ruge, hay trasiego constante de camiones de todo pelaje y puedo ver a personas trabajando dentro de los pequeños almacenes. Mientras paso por la puerta de uno de ellos dos hombres que parecen marroquíes van montados en una carretilla mecánica en dirección contraria a la mía, uno de ellos conduce, el otro está subido a las palas del “toro”. Imagino que han terminado alguna tarea en otra parte del almacén y ahora mismo se pierden por la puerta principal, al encuentro del resto de la plantilla. No debe haber mucha gente trabajando puesto que no se ve mucho movimiento y en una parte importante del almacén, que está sin actividad, se apilan cajas de madera, un material que prácticamente ya no se utiliza y nos remite a mercados secundarios y productos de precio más bajo. Apenas hay una docena de coches en un aparcamiento pequeño pero suficiente, puesto que la escala de producción es muy distinta a la de los grandes exportadores. Además estos centros de trabajo están cerca del casco urbano por lo que es posible el desplazamiento a pie.
Antes de la una del mediodía ya estaba situado en el cruce de caminos que antes he descrito. Es la hora en la que paran a comer la mayor parte de los almacenes de frutas, así que cámara en mano espero a la sombra en la plazuela de la iglesia. Es constante el trasiego de vehículos de carga desde furgonetas con más de 20 años a camiones articulados modernos. Algunos llevan la carga de fruta a la vista, en cajas de acarreo, otros se identifican por los logotipos que lucen sus carrocerías. De repente unos minutos más tarde comienza un flujo constante de trabajadores y trabajadoras que durante unos 30 minutos se combinará con el de mercancías, densificando y complicando el tráfico rodado. Ellas van vestidas con los delantales (generalmente verdes) de almacén, ellos con monos de trabajo azules o ropas dedicadas al trabajo. Desde el lugar donde hay varios almacenes pequeños aparecen mujeres andando y algunos coches. En cambio por la carretera que nos conduciría a los grandes almacenes, o lo que es lo mismo a la autovía, aparecen hasta 4 autobuses cargados de trabajadoras, algunas de las cuáles se apean en la zona desde donde observo. Según las entrevistas, la empresa les dispone un autobús para llevarlas a trabajar sin coste, pero las plazas son limitadas y a menudo el número de trabajadore/as es superior a la capacidad de los autobuses. El derecho a usar el autobús parece que se organiza según la antigüedad en la empresa. En caso de que la contratación se haga por medio de una Empresa de Trabajo Temporal, el empresario pagará un mismo precio por hora y trabajador a cambio de que la ETT se encargue de garantizar la disponibilidad y movilidad de la mano de obra que la empresa exija cada día, la gestión administrativa, las cotizaciones a la seguridad social, la seguridad laboral, la responsabilidad social y la formación.
Las trabajadoras y trabajadores que provengan de otros municipios más alejados desarrollan diversas estrategias de movilidad como agruparse en vehículos (pagando el porte al dueño del coche), quedándose a comer en los comedores habilitados en los almacenes, o en el mismo lugar de trabajo “acomodadas” entre cajas de acarreo, palés etc… buscando sombra en el lugar más fresco y agradable posible para comer y reposar antes de volver a engancharse al tajo a las 15horas, dos horas después de haber parado.
De paseo por las calles y huertos de Abarán
Alrededor de las 13,30 el flujo de personas y coches se ha detenido por lo que decidí pasear durante un buen rato por el pueblo, con la intención de aprovechar la visita para hacer una pequeña incursión etnográfica, ver sus calles, escuchar sus conversaciones... Su intrincada y extrañamente bella trama de callejuelas está trufada de pequeños comercios de barrio, tiendas de multiservicio regentadas por vecinos del pueblo; todo tipo de bares, de rock a tabernas típicas; almacenes de manipulado de frutas vacíos en pleno casco urbano que cuando funcionaban llenaban de vida las calles del pueblo y sus sirenas que avisaban de las horas de entrada y salida al trabajo; peluquerías, gimnasios… Vagabundeando llegué hasta una pequeña iglesia que no conocía, donde aún hay una placa en homenaje a los fusilados fascistas del pueblo, sin tacha ni mancha. De ahí me dirijo, ya consciente del recorrido, a la plaza de otra iglesia donde un busto del empresario Gómez Tornero (agroexportador de mitad del SXX) vigila la iglesia que el mismo sufragó. Un aura de santo varón le envuelve, loado por trabajadores y empresarios, por gente de izquierda y de derecha… su legado: trabajo como prioridad absoluta, caridad para con los demás y cierto talento para traspasar las fronteras de Abarán e instalarse durante años en un hotel en París desde donde controlaba el negocio de la exportación de frutas a Europa, son los tiempos del lema “Abarán, París, Londres”.
Escojo una calle al azar que me lleva muy cerca del río Segura, cuya canalización junto con el aporte del trasvase Tajo-Segura rompió la frontera del cultivo tradicional reconvirtiendo amplias extensiones de territorio de secano para cultivo de regadío. Decido acercarme y me sorprendo gratamente al llegar a un amplio y verde jardín junto al cauce, donde un grupo bastante numeroso de escolares disfrutan de canciones y talleres con sus monitores de ocio y tiempo libre. Enfrascado en recuerdos de mi vida laboral pasada sé por experiencia que cerca de este tipo de excursiones suele haber un bar. Efectivamente, hay un viejo kiosko con la belleza de la decadencia. En el bar todos parecen conocerse y sin duda son de la zona, llaman por sus nombres de pila a la pareja que regenta el garito. Todos son hombres de mediana edad, piel morena, gente de campo u obra, es medio día y no parecen trabajar en nada que requiera un horario establecido. Todos beben cerveza regional en envase de litro, algunos lo acompañan de alguna tapa. Hablan entre ellos, gesticulan… formas de socialización de un grupo informal constituido en un lugar y un momento precisos, es un momento que aprovecho para sigilosamente inmiscuirme, sintiendo la extrañeza silenciosa de los parroquianos.
Entonces ocurre algo curioso, llegan al bar dos chicas jóvenes, resueltas, conocen el terreno y saludan y bromean con los clientes, a mi lado les sirven dos cafés que no he visto pedir, expresión de una rutina diaria. Por sus conversaciones entiendo que toman el café antes de ir a esperar uno de los autobuses que fotografié un rato antes. Deberán “reengancharse” para completar el horario de tarde de su larga jornada laboral. Comentan que están trabajando muchas horas puesto que es temporada alta de fruta y que están ahorrando para el invierno. Se trata de una estrategia de supervivencia ampliamente asentada e interiorizada por las mujeres del pueblo que en su vinculación precaria, patriarcal y temporal con el trabajo cuando se intensifican los tiempos y ritmos intentan ganar el dinero con el que deberán sobrevivir el resto del año. La estabilidad de sus rentas y empleos es tan fluctuante como el caudal del río mediterráneo que circunvala su pueblo. Toda una estrategia de supervivencia que una de las mujeres resume con la frase “estoy haciendo la garbilla para el invierno”. Continúan la conversación con un cliente que les pregunta “¿estáis con mi sobrino?”, a lo que la misma chica de antes contesta: “no, que va, ella está en Ecuador, yo en Bolivia ¡¡si supieras!!”, a lo que el hombre vuelve a preguntar “pero… ¿No estáis con mi Paco que es encargao?” “No, los nuestros son ecuatorianos y bolivianos”, es la respuesta final. Tras años de costoso asentamiento, una proporción de trabajadores inmigrantes ha ido consiguiendo estabilizar (dentro de la endémica eventualidad laboral del enclave) sus puestos de trabajo en el agronegocio. Durante los años de la “crisis blanda” en que los nativos ocupaban otros nichos laborales como la construcción, regentaban negocios o trabajan en el sector servicios, los trabajos más duros en la agricultura han sido desempeñados por esta fuerza de trabajo segmentada étnicamente. Ahora en tiempos de guerra económica y social se incrementa la competencia entre trabajadores lastrados por el paro masivo, la pérdida de derechos y la inestabilidad laboral.
Las mujeres se despiden para reengancharse a la cadena de producción del almacén que las mantendrá casi totalmente ocupadas hasta el otoño, si es que consiguen enlazar la campaña de fruta de hueso con la de uva de mesa. Me despido y me voy paseando por la orilla del río observando como las huertas tradicionales, muy parceladas y cuidadas, están en plena producción, donde el vallado es nuevo y los sistemas de regadío por goteo se encuentra en buen estado. Es probable que estos huertos en estos tiempos de crisis sean un recurso familiar para completar la cesta de la compra y/o para participar de la economía de bienes simbólicos local. Me gustaría pensar que también es una forma de entender la relación con la naturaleza y la agricultura que perdura en el imaginario y las formas de posicionarse en el mundo de los vecinos de Abarán. Pero eso aún no lo sabemos.