"Que
Joan Frigolé, ya entonces, decidiera convivir con ellos para contar de primera
mano cómo fueron esos años para los trabajadores natos, y que en la actualidad,
Salvador Cayuela, Elena Gadea y Antonio Ramírez, admiren sus investigaciones y
el enfoque dado en sus textos, y sigan investigando (y contándonoslo) desde sus
áreas y competencias, las vidas de quienes han levantado en silencio los
pueblos, representa algo realmente valioso para los habitantes de presentes y
de futuros tiempos, porque nos hacen saber el color de los caminos. Por todo
esto, los encuentros que ofrece el Museo del Esparto se hacen
imprescindibles" Crónica periodística "Conversaciones sobre la memoria del trabajo"
Con el párrafo
anterior terminaba la crónica en el diario La Verdad de las “Conversaciones
sobre la Memoria del Trabajo” mantenidas con Joan Frigolé (catedrático emérito
de Antropología de la Universidad Autónoma de Barcelona) en el Museo del
Esparto de Cieza el pasado 13 de marzo de 2014. En otras entradillas de este blog
hemos hecho referencia a la importancia que concedemos al trabajo que Joan
Frigolé realizó en los años 70 de etnografía del campesinado de Calasparra, un
pueblo de la vega alta del Río Segura en la Región de Murcia (plasmadas, entre
otras publicaciones, en ese libro admirable de Un Hombre. Género, clase y cultura en el relato de un trabajador, 1997,
editorial Muchnik). Entender ese universo de aparceros y jornaleros sin tierra,
de recolectores de esparto y braceros itinerantes, es fundamental para los propósitos de investigación
del Proyecto ENCLAVES, a modo de “historia del presente”. Las formas
contemporáneas que estudiamos hoy de jornaleros en la recolección de fruta y en
los almacenes de manipulado se forjaron ayer, es decir, se configuraron
históricamente.
Pero sobre todo nos
interesaba organizando este acto reivindicar la memoria del trabajo como una
estrategia de intervención en el espacio público con nuestros resultados de
investigación. ¿Cómo no trazar un hilo de continuidad y de diálogo entre las
condiciones de vida y trabajo de las gentes de la vega media del Segura de ayer
–gracias a las etnografías de Joan Frigolé- y de hoy –proyecto ENCLAVES- a
través de una reivindicación política de la memoria?
La memoria del
trabajo posibilita trazar un puente entre la nefasta escisión entre razón y
emoción. Frigga Haug (2008) reflexiona certeramente sobre esa pertinencia de
hibridar razón y emoción a través de la memoria del trabajo: “las emociones
necesitan sus propias vidas; cambiarán más despacio o nada en absoluto si no
tomamos su educación tan en serio como la de la razón. Pero esto significa que
tenemos que abrirnos paso entre la separación entre razón y emoción, cuestionar
razonablemente nuestros sentimientos y llenar nuestros sentimientos con pasión.
Esto también significa no olvidar el pasado, resistirse a acallarlo
utilizándolo”[1].
APUNTES
DE SOCIO-HISTORIA DE UN ESPACIO PARA LA MEMORIA: EL MUSEO DEL ESPARTO DE CIEZA[2]
El Museo del Esparto de Cieza es un
ámbito privilegiado para la reivindicación política de la memoria del trabajo. Si bien los museos desempeñan sobre
todo una función conectiva entre los vivos y los muertos, entre ambiente e
historia, entre experiencias del pasado y el futuro, entre territorio y
memoria, entre llegada y salida, entre los que proyectan y los que disfrutan,
etc. (Lattanzi, 2010: 63), estos cumplen también una importante labor en la
reivindicación del patrimonio cultural, como parte de los procesos de
patrimonialización, que responden a una demanda
social de memoria en búsqueda de los orígenes y de la continuidad en el
tiempo, al situar la atención del visitante sobre algunos aspectos memorables
de la historia del territorio, y con este el paisaje que forma parte de él, lo
que conduce a inventariar, conservar y
valorizar una serie de vestigios, reliquias, monumentos y expresiones
culturales del pasado (Candau, 1998:15, citado en Giménez, 2005).
El museo se ubica en lo que fue la
sede del Club Atalaya-Ateneo de la Villa de Cieza, asociación que surgió en
enero de 1967 como un club juvenil amparado por el concordato de la iglesia (
que en aquella época comenzaba a separarse del franquismo) como lugar de
esparcimiento por medio de diferentes actividades como obras de teatro,
muestras de cine, bailes y otro tipo de actividades culturales y de ocio. Antes
de convertirse en el club juvenil, el local había sido una antigua fábrica de
esparto que concluyó sus actividades por los años cincuenta.
El gran cambio se da en el club cuando
acoge el movimiento obrero , el cual influye en la realización de otro tipo de
actividades culturales justo en el momento en que comienza a darse el cierre de
fábricas, a partir de 1969. Fue un impacto fuerte y la vía obrera se constituyó
como una tercera vía dentro del club: unos querían más cultura, otros querían
más ocio y esta tercera vía fue más comprometida social y políticamente, promoviendo
incluso que se impartieran cursos de derecho laboral.
Aquello dio lugar a que en el club se
enraizara un grupo de obreros que sintió este espacio como algo suyo,
principalmente obreros del sector textil y del esparto. Lo más singular de este
club fue ese matiz obrero que fue complicado mantener, pues aunque hubo un
cierto despertar en la clase obrera, dado que muchos se afiliaron a sindicatos
y colectivos, eso fue decayendo y la gente volvió a los bares, que es de donde
había salido. Sin embargo, se mantuvo un núcleo importante, que fueron los que
reivindicaron el Museo del Esparto.
Posteriormente, en el año de 1983 se
le plantea la propuesta al ayuntamiento de Cieza para la creación de un museo
del esparto, no obstante, éste hizo caso omiso a dicha petición, con lo cual
los obreros se convencieron de que el museo debería ser creado por ellos
mismos. Así, empezaron a recoger objetos relacionados con la industria del
esparto que estaban desapareciendo gradualmente, iban a la chatarra o a las
fábricas abandonadas a recolectar lo que se pudiera: enseres, objetos hechos de
esparto; aunque lo que fundamentalmente buscaban era en lo que ellos habían
trabajado, el elemento industrial, el patrimonio industrial: herramientas,
mazos, piedras en donde se picaba el esparto, etc., con lo cual se ha logrado
ampliar el acervo patrimonial del museo:
Los orígenes
del museo se remontan al primer Ayuntamiento que gana el PSOE (Partido
Socialista Obrero Español) aquí en Cieza, al cual se le manifiesta el interés
por crear el museo, pero haciendo caso omiso de nuestra petición. En un pueblo
donde no se tiene el sentimiento de raíz, no tiene interés por preservar lo que
le da identidad, incluso donde la apatía se deja ver por parte de las
autoridades. Su falta de interés, en su versión oficial ha tratado de desplazar
al pequeño museo
(Entrevista grupal con antiguos obreros del esparto, mayo de 2012).
Actualmente, en este espacio se
exhiben fotografías, documentos, carteles, herramientas, maquinaría, objetos
elaborados con la fibra del esparto como cordeles, calzado, cestería, papel y
artesanías que son fiel testimonio de lo constituyó la industria del esparto
para Cieza durante varias décadas. También cuenta con una pequeña biblioteca
referente al esparto como objeto de estudio, así como un archivo fotográfico y
documental, además de que los mismos obreros ofrecen visitas guiadas y se encargan
de explicar el proceso de recolección, transformación y elaboración de
productos con esparto.
Sin embargo, la muestra más tangible
que el visitante puede encontrar en este museo sobre lo que fue la industria
del esparto la representan los mismos obreros, quienes en sus experiencias de
vida laboral en este entorno narran sus experiencias vividas, marcadas en el
cuerpo en forma de cicatrices como consecuencia del uso de las herramientas de
trabajo, la maquinaria e incluso la misma manipulación del esparto (lo que
traía consigo condiciones laborales de riesgo para la salud a efecto de
contraer “Espartosis”), con lo cual contribuyen a la construcción de esa
memoria compartida entre quienes fueron parte de un legado histórico que se
niega a fenecer. El rechazo a este episodio en la historia de Cieza, que
refiere a una época difícil para sus pobladores, por considerarlo un periodo de
miseria, es asumido incluso por los antiguos trabajadores:
Hay quienes
reniegan de su pasado obrero en la industria del esparto. Aquello fue una
crueldad para los que niños tuvimos que trabajar en el esparto. Yo tenía siete
años, estamos hablando del año 51, saliendo de la posguerra y en condiciones de
pobreza
(Entrevista grupal con antiguos obreros del esparto, mayo de 2012).
No obstante, para muchos, el hecho de
haber formado parte en este proceso resulta ser una seña de identidad que se
debe recuperar y valorar a través del propio museo:
Los museos si
son vivos funcionan, eso es lo que ha valido en nuestro museo porque además de
recopilar el material hemos restaurado mucha maquinaria de la época que hemos
venido adquiriendo poco a poco para el museo. Aquí el que viene y participa lo
hace por amor al arte. Esto es parte de los tiempos que nos tocó vivir, por lo
que queda llevarlo con entereza. Nosotros hacemos la lectura que queremos hacer
de este espacio donde hemos reunido todo lo relacionado con el esparto. El
museo nos ha dado la vida, el montaje, los arreglos los hemos hecho todo
nosotros. Esto ha sido un estímulo para quienes nos dimos cuenta que esto fue
nuestra vida con todo y sus consecuencias. Desaparecer la memoria, la historia
no la hacen los que tienen nombre sino los que no tienen nombre (Entrevista
grupal con antiguos obreros del esparto, mayo, 2012).
UN REENCUENTRO
CON LA RAZÓN, LAS EMOCIONES Y LA MEMORIA: DE CÓMO PRESENTAR RESULTADOS DE
INVESTIGACIÓN EN EL ESPACIO PÚBLICO
El pasado 13 de marzo, ante Joan
Frigolé y un buen número de investigadores sociales, y justo unos momentos
antes del inicio del acto “Conversaciones sobre la Memoria del Trabajo”, los
antiguos trabajadores del esparto que hacen ahora de guías del museo volvieron
a enseñarnos las pautas y técnicas de aquel oficio, relataron sus recuerdos y
vivencias encarnadas a menudo en marcas en sus cuerpos. Memoria, razón y
emoción se anudaban en aquel encuentro con la soltura con la que sus manos
manejaban las hebras de esparto.
Y este tránsito de ida y vuelta entre
emoción y razón volvió a establecerse en la propia conversación, con una sala
bien nutrida de gentes de Cieza y otros pueblos cercanos (Calasparra, Bullas,
Murcia, etc.). Para nosotros, los investigadores de ENCLAVES, fue un momento
especialmente emocionante, pues estábamos poniendo a disposición de la gente
los primeros resultados de investigación sobre las condiciones de vida y
trabajo de la fruticultura intensiva de Cieza-Abarán-Blanca-Fortuna. Para ello nos
servíamos del canal emocionalmente tan intenso en aquellos pueblos de la
memoria de trabajo, y concretamente de la memoria del esparto, donde se
forjaron las experiencias de explotación pero también de dignidad y utopía obrera.
Pepe Marín (UMU, Museo del Esparto), en su presentación del acto, recordó que
aquel espacio del museo donde se estaba desarrollando la conversación se
conocía como Sala de la Memoria.
La lectura de fragmentos de los
discursos por parte de Joan Frigolé en los años 70 a trabajadores del esparto
de Calasparra abrió el camino hacia la memoria y hacia las emociones que
expresaban los que allí escuchaban, muchos de los cuales se sentían
identificados y reconocidos en aquellos relatos etnográficos. Estos relatos
forman parte de un próximo libro de Frigolé que ha titulado Las Conversaciones y los Días en Calasparra.
Diario Etnográfico, 1971-1974.
A continuación vinieron las
intervenciones de Salvador Cayuela, profesor de antropología de la Universidad
de Murcia e investigador del Centro de Estudios Europeos, Elena Gadea,
profesora de sociología de la Universidad de Murcia e investigadora del
proyecto ENCLAVES, y Antonio J. Ramírez, becario del proyecto de investigación
ENCLAVES. Cada uno a su manera expresó cómo seguimos leyendo aquellas vivencias
etnográficas de la Calasparra de los 70 recogidas por Joan Frigolé desde las
investigaciones de hoy.
SALVADOR
CAYUELA (UMU, Centro de Estudios Europeos): “(es) en esas humildes y ricas
narraciones donde mejor podamos entender aquella “ideología” del régimen de
Franco, es quizá en esa trama de valores, rituales, hábitos contados donde
mejor podamos comprender la cultura de la España de nuestros padres y abuelos”
Desde hace algunos
años el Prof. Klaus Schriewer coordina un Seminario de Antropología Social en
la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia, en el que yo participo
como asistente. En la edición del curso 2009/10 de este seminario pretendimos
realizar un análisis de la memoria de la sociedad levantina desde la
narratología, sobre un conjunto de historias de vida realizadas por nuestros
estudiantes a personas nacidas entre 1940 y 1955. Como sucede continuamente en
el libro de Joan Frigolé Un hombre,
aquellas narraciones pronto desbordaban cualquier límite trazado, transitando
por cuestiones diversas como las condiciones económicas de su infancia y
juventud, el día a día del colegio, la fuerte estratificación social de la
época, o el clima de miedo y represión de aquella larga posguerra
española.
Aquellas “memorias de
lo económico” nos hablaban (como sucede en el texto de Frigolé), de un “uso
general, maximalista o informal” de la política,
no entendida como una relación social institucionalizada, sino como aquellos rasgos de la vida humana presentes en
todas y cada una de las relaciones sociales.
Así, el contexto de
la vida del protagonista de Un hombre,
por ejemplo, es el de una sociedad tremendamente estratificada que justificaba
una enorme explotación económica. En nuestras entrevistas son frecuentes los
testimonios que insisten en este hecho, por ejemplo el de este hombre nacido en
1942, quien nos habla de las clases sociales de este modo:
“Sí, las clases
sociales. Los ricos y los pobres. Los ricos, los señoritos, porque una cosa es
ser rico y otra cosa es ser señorito (…) Puedes ser pobre con mucho dinero y
eso no es ser pobre, eso es ser rico, el que tiene es rico, la palabra es
“rico”. Pero entonces no, entonces es que estaban los pobres sin dinero y los
señoritos con dinero, y entonces unos paseaban por esta calle, por esta acera,
y otros paseábamos por ésta, y si ellos entraban al bar González, nosotros no
estaba bien visto entrar donde estaban ellos (…) Pues claro, había dos clases
de gente (…) Los señoritos del pueblo, de cuna se dice, a los señoritos les
decían de cuna, aunque no tuvieran un duro”.
En este mismo
sentido, partimos de una de las cuestiones que Frigolé comenta en su trabajo,
el tema de la autocensura y el miedo al sistema represivo del Estado
franquista. Una de nuestras informantes en aquel seminario narraba una
experiencia de niña cuando se celebraban los 25 años del final de la Guerra Civil, algo que le sucedió a su
padre, que bien podía ser el protagonista de Un hombre:
“Mi padre iban a
buscarlo a mi casa al cuartel y le soltaban palos, y ¿pues nada no? Pues
simplemente para que vieran quién mandaba y que no podía decir nada, y entonces
dice un hombre: ‘Mañana 25 años de tal, ¿vais a los toros?’. Lo dijeron con
ironía, ¿no?, y a la vez pasó un hombre que era un vecino mío, y entonces le
dijo, dice, esto es que es interesante: ‘Pues llevar cuidado que os pueden
sacar todavía la entrada a la sombra’. La entrada a la sombra es que los podían
meter a la cárcel todavía, fíjate tú, entonces yo me quedé porque yo no
entendía, pero entendía que lo que habló mi padre no podía haberlo dicho, y
entonces la otra persona que yo la tenía como una buena persona, era una
persona contraria a él, y entonces pues eran los que te podían denunciar”.
Por supuesto, lo más
importante de estas narraciones de la memoria no es para nosotros el documento
histórico que de hecho suponen, sino más bien (como recuerda también Frigolé en
su libro citando a Lévi-Strauss), el escenario que dibujan desde un punto de
vista etnográfico, escenario en el cual los más jóvenes podemos entender las
experiencias vividas por nuestros mayores. Y desde ahí, ampliar una experiencia
particular hasta construir la posibilidad de una experiencia más general.
Personalmente yo
realicé el camino inverso, partiendo de unos estudios generales, donde pude
imaginar la subjetividad del “homo patiens” para caracterizar a los españoles
de aquella época, para continuar después con estudios etnográficos apegados a
la memoria de lo narrado por mis entrevistados en aquel seminario y en otros
trabajos y momentos. El protagonista de Un
hombre seguramente no es ese “homo patiens” al que yo me he referido en
otros lugares, pero muchos otros de los personajes que se dan cita en la
narración de Frigolé si duda sí lo son.
También en este orden
de cuestiones, el tema del hambre,
por ejemplo, fue más que recurrente en nuestras entrevistas, y su importancia
para la propia afirmación del hombre
–en el mismo sentido en que comenta Frigolé. Un entrevistado nacido en 1942
recordaba así aquella situación: “Pasábamos muchas necesidades de pequeños (…)
Date cuenta como las pasábamos, el viejo, mi padre que ganaba cuatro perras. No
podíamos llevar la casa para adelante, hambre ‘a punta pala’, nos teníamos que
comer hasta las cortezas de naranja. Es la verdad, no te creas que es broma”.
Por supuesto, esta
circunstancia era mayoritaria entre las personas que entrevistamos, casi
siempre humildes y trabajadores del campo, jornaleros o pequeños propietarios,
o que llegaron a serlo después de un periplo europeo que les permitió adquirir
sus modestas propiedades.
De hecho, el tema de
la emigración, que afectó en la familia del protagonista de Frigolé como en
tantas otras, por supuesto también es recurrente en nuestras entrevistas, como
lo es la cuestión del matrimonio, muchas veces pospuesto por condiciones
económicas. En este punto había una cuestión que parecía diferenciar la
“legalidad” y legitimidad de los matrimonios: la práctica del “llevarse a la
novia”, o del “casarse bien casado”. El protagonista del relato de Frigolé
insiste en que se “casó bien casado”, como recuerda también una de las mujeres
a las que entrevistamos, nacida en 1943, quien nos habla así de esta
cuestión:
“Como
ya estábamos de novios cinco años y estábamos deseando casarnos y entonces si
no habían todavía posibilidades de casarse porque no había medios, pues
entonces decía el novio: ‘vente conmigo y hemos terminado’, había mucha gente
que se iba con el novio, pero eso era señal de que ya fulanita se había ido con
el novio (…) Mi marido todas las veces que me lo dijo, ‘vente conmigo’, ‘vente
conmigo’, pero a mí no me dejaban salir, yo al cine iba si se venía conmigo mi
madre”.
En el libro Un hombre de Joan Frigolé, como en
nuestro seminario, la narración de aquellas personas humildes, de sus memorias
de lo económico, de los contextos laborales, sociales y políticos en los que le
tocó vivir, son capaces de tender una línea que nos conecta con un pasado a
menudo olvidado, pero dramáticamente cercano y siempre re-actualizado. De
hecho, es quizá en esas humildes y ricas narraciones donde mejor podamos
entender aquella “ideología” del régimen de Franco, es quizá en esa trama de
valores, rituales, hábitos contados donde mejor podamos comprender la cultura
de la España de nuestros padres y abuelos.
ELENA
GADEA (UMU, ENCLAVES): “Ser hombre y
ser cacique son conceptos con los que
todo investigador sueña”
Para
quiénes estudiamos los territorios y las formas de organización del trabajo en
la actual agricultura murciana, el trabajo de Joan Frigolé nos muestra que el
cambio a una agricultura industrial y globalizada no supone una ruptura total
con las lógicas del jornalerismo tradicional, sino una reconfiguración de esas
lógicas. Las continuidades son evidentes:
-
La precarización del trabajo que se traduce en una precarización de la
supervivencia, marcada no sólo por la falta de recursos, sino también por una
incertidumbre que limita el futuro. Como nos decía un profesional de servicios
sociales:
Les mantiene
pero no les da futuro, no les da futuro... Si tienen hijos los tienen dentro de
la casa, esperando que llegue esa temporada para poder subsistir para luego la
temporada que no haya, pero no les dan un futuro de estudios.... no tienen
salida […]. Desde lo profesional pues hasta lo comprendes, porque dices, una
familia que tiene 7 hijos y ya son grandes, y les comento el tema de novias....
"¿y qué mujer va a entrar en esta casa como estamos?” (E51).
-
La búsqueda constante de un jornal, moviéndose continuamente de unos trabajos a
otros, de unos lugares a otros. La conciencia de que el trabajo es un bien
escaso que hay que aprovechar, lo que se traduce en una auto-explotación. En
temporada, la vida se paraliza y el tiempo de trabajo lo consume todo.
-
El mantenimiento de esas plazas donde los jornaleros se reúnen a diario a la
espera de ser llevados a trabajar.
-
La eventualidad del trabajo, que hace que la figura de los intermediarios sea
fundamental en el suministro de trabajo “justo a tiempo” y disciplinado.
-
Los vínculos que los sistemas de reclutamiento establecen con la comunidad, el
riesgo de quedar fuera de las redes que, aunque generan servidumbres, también
proveen de jornales.
-
Las estrategias de los empresarios para debilitar el poder de negociación de
los trabajadores, enfrentándolos por un recurso escaso (y aquí la cuestión
étnica juega un papel fundamental), movilizando y manteniendo un ejército de
reserva que presione a la baja sobre las condiciones laborales y haga eficaz la
amenaza del despido: “si no lo aguantas ya sabes lo que tienes que hacer, tengo
a otros pa trabajar".
Ser
hombre y ser cacique[3]
son conceptos con los que todo investigador sueña. Conceptos que condensan un
universo simbólico y que nos explican el haz de relaciones que se tejen en
torno al trabajo y que lo desbordan, estructurando el conjunto de las
relaciones sociales. El hombre es aquel que se mantiene en su sitio, que espera
a ser llamado a trabajar y quiere negociar unas condiciones de trabajo justas y
dignas. El hombre es un trabajador honrado, con sentido de la justicia social.
El
cacique es aquel que “se mete debajo del amo”, que se humilla pidiendo trabajo
y que, por tanto, rompe con el poder de negociación del trabajador, al mostrar
su necesidad. El cacique es una posición intermedia, impura, que provoca odio y
desprecio.
El
concepto de “hombre” nombra la dignidad y la honradez en el trabajo, es un
rasgo de la identidad masculina. No asombra, pero sí que conviene señalar la
ausencia de un concepto equivalente que reivindique esas cualidades en la
mujer, como un ejemplo más del no reconocimiento de su papel en la
supervivencia económica, cuando las mujeres han sido, y continúan siendo,
fundamentales como sostenedoras de las familias, en especial en economías
precarias como las que estamos estudiando.
Al
releer el trabajo de Joan Frigolé desde la perspectiva de nuestra investigación
buscaba un concepto que pudiera estar funcionando como condensador de
representaciones y relaciones sociales. Obviamente no he encontrado ninguno tan
potente como el de “ser un hombre” o “ser un cacique”. Sin embargo, en el caso
de las tareas de manipulado de la fruta fresca, nos aparecía el concepto de
“almacenera”, que sintetiza en cierta manera la organización y las relaciones
dentro de este espacio de trabajo.
El
almacén constituye, en algunos de los pueblos que estamos analizando, una
especie de plaza pública, donde se escenifican y reproducen el conjunto de
relaciones sociales de la comunidad. El acceso al almacén y el lugar que se
ocupa en él vienen dados, en muchos casos, por las redes familiares, de
vecindad y de amistad en que la trabajadora se halla inmersa. El almacén
constituye, además, un espacio de sociabilidad por excelencia, donde se
escenifican esas relaciones de parentesco, de amistad, las relaciones afectivas
e incluso sexuales. En una agricultura obsesionada por la asepsia, nos decían:
“lo de que les permiten llevar el anillo tradicionalmente ha sio porque el
encargao viera a quién le podía entrar y a quién no”. El almacén, algunos almacenes, se convierten
en una reproducción a escala del pueblo y las almaceneras son aquellas mujeres
que limitan sus relaciones sociales a este microcosmos: “tú no te puedes basar sólo en el
almacén, porque como te metas en eso te conviertes en almacenera. Sí, es lo que
pasa, que te conviertes en almacenera”.
El
concepto de almacenera define, también, una cultura laboral. Una trabajadora de
un gran almacén nos decía, hablando del día a día en el trabajo: “si le prestas
mucha atención a las mismas compañeras, sales amargá del almacén, porque son
almaceneras, de toa la vida, y son… son malas”.
Y recalcaba su afirmación diciendo “yo prefiero a dos gitanos malos que
una almacenera mala (…). Igual que los gitanos son otra cultura, pues los
almaceneros son otra cultura. Y las almaceneras malas son malas, pero malas por
naturaleza”.
Esta
trabajadora, que había empezado en el almacén mientras estudiaba, nos relataba
sus primeras experiencias: las almaceneras malas, nos decía, “te hacen la vida
imposible, te mandan hacer los peores trabajos, se chivaban de cualquier cosa,
les daba por hablar de ti...”. Ella nos cuenta que, como estudiante, iba “a
trabajar, pero como sabíamos que era un mes, pues tú vas y te ríes,
exactamente, tú vas y te ríes, porque sabes cuándo entras y cuándo sales, pero
cuando no te apaña, te vas. Ellas no, ellas tienen que estar ahí por narices, o
sea, como aquel que dice, es su trabajo”. Y “por supuesto, las almaceneras
malas son el ojico derecho de los encargaos”.
Ser
un hombre y no un cacique, nos dice Joan Frigolé, “es una respuesta moral y
política a los peligros que acechan la supervivencia física, social y moral de
él y de los suyos”. La renuncia a convertirse en almacenera se traduce, más
bien, en el ejercicio de un derecho de fuga (“cuando no te apaña, te vas”).
Pero no hemos encontrado en nuestro trabajo de campo un concepto que
reivindique la dignidad del trabajo y de la identidad jornalera. Quizá la
memoria del trabajo pueda ser un referente donde buscar esa dignidad.
ANTONIO J. RAMÍREZ
(UMU, ENCLAVES): “no existen grandes barreras entre nosotros, trabajadores e
investigadores, que no somos “bichos raros” despegados de la realidad, por el
contrario nos interesan vuestras vidas y memorias porque así podremos entre
todos comprender un poco mejor la sociedad en la que vivimos”
En
primer lugar agradecer al Museo del Esparto de Cieza por acoger este acto, al
público que con su presencia abarrota este lugar, a Joan Frigolé y a mis
compañeros del equipo de investigación de ENCLAVES por su confianza y amistad.
Participar en esta conversación sobre la memoria del trabajo es para mí un gran
regalo.
“Las
luchas de las mujeres y los hombres que resistieron se encuentran en el pasado,
pero también viven en el presente, como memoria”
(Marcuse,
citado en John Holloway, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo)
Días antes de
participar en esta conversación junto al ilustre etnógrafo Joan Frigolé,
Doctores compañeros de la Universidad de Murcia y las gentes trabajadoras de
Cieza, anduve pensando cuál podría ser mi aportación. Mis compañeros de mesa
tienen sólidas carreras y una dilatada experiencia, y lxs vecinxs trabajadorxs
han sido los protagonistas de vidas vinculadas al trabajo agrícola, así que ni
a profesores ni a trabajadores podría decirles nada que ya no supieran. Por
tanto consideré que simplemente debía exponer mi particular punto de vista y lo
importante que es para mí este acto de dignificación y recuperación de la
memoria colectiva del trabajo de las clases populares. Además es una gran
oportunidad de mostrar mi agradecimiento y alegría por poder estar junto a
compañeros y vecinos de los que tanto estoy aprendiendo en mis primeros pasos
en este complicado, pero apasionante, oficio de la investigación social.
Si la reconstrucción de la Historia puede ser un
ejercicio de esfuerzo colectivo entre individuos, para mí la memoria de la obra
de Joan Frigolé me traslada a un momento de mi pasado estudiantil avivado con
fuerza estos días.
La primera vez que cursé una asignatura de
Antropología Social en la Universidad de Murcia fue hace años, cuando estudiaba
Trabajo Social. Debíamos leer unos
cuantos libros que los alumnos seleccionábamos de un amplio listado. Uno de ellos me llamó poderosamente la
atención, pero no sabría decir si el motivo de querer leerlo fue su curioso
título o su pequeño volumen, apenas 80 páginas, lo más probable que fuese por
ambos. El libro era “Llevarse a la novia: matrimonios consuetudinarios en
Murcia y Andalucía” de Joan Frigolé. En él no sólo encontré la explicación de
una costumbre un tanto peculiar, sino que me estaba revelando prácticas
sociales desconocidas que, sin embargo, sentía cercanas. Recuerdo que al
terminarlo le pregunté a mi madre si sabía qué era aquello de “llevarse a la
novia”, al fin y al cabo es la menor de 10 hermanos de una familia humilde
vinculada al trabajo agrícola, perfil que encajaba con el descrito por Joan. Mi
sorpresa fue comprobar que no sólo lo sabía, sino que tres de mis tíos se
llevaron a mis tías y así pude conocer
un poco más de mi propia historia familiar. Joan estaba expresando con palabras
algunos comportamientos de mis familiares, pero es que además me ayudó a
comprender que aquellos que habían desarrollado ésta acción social compartían
condiciones de vida, cultura y formas de hacer las cosas. En definitiva, ese
libro menudo me estaba hablando de la memoria de la clase social a la que
pertenezco.
En la actualidad las
condiciones de vida de los jóvenes son distintas a la de nuestros padres y
abuelos. La mayoría de nosotros hemos tenido la oportunidad de estudiar y
formarnos con la promesa de que tendríamos un futuro menos duro que el de
nuestros antepasados. Pero por el contrario nos estamos familiarizando con
palabras tan cargadas de sentido social como precariedad, paro, explotación,
dureza, inestabilidad, temporalidad, supervivencia… que no sólo nos remiten al
pasado, sino que también nos describen
nuestro presente y nos dibujan un incierto futuro jalonado de incertidumbres y
dificultades para las nuevas generaciones de la clase trabajadora.
Ante esta situación
nos encontramos desconcertados puesto que habíamos sido educados y
sociabilizados para vivir en la promesa de la abundancia y no en la realidad de
la necesidad. Por eso motivo nos
encontramos hoy aquí, para participar en un diálogo colectivo entre
generaciones de dominados porque “La memoria del trabajo es, también, el de
las relaciones de explotación y dominio que lo constituyeron”[4].
De esta manera intentamos rescatar conjuntamente las vinculaciones entre
pasado y presente que fueron
invisibilizadas por el relato amnésico de una forma de contarnos la
Historia: a partir del ocultamiento del sufrimiento, la explotación y la
carestía, y siendo cada vez más conscientes de que “Si al patrimonio se le borra la memoria del trabajo (y de los grupos
subalternos) se impide la comunicación y el diálogo entre los dominados de ayer
y los dominados de hoy”.
Para que los jóvenes
nos sintamos menos solos y poder
comprender las dificultades por las que atraviesan nuestros proyectos de vida,
es necesario que juntos hagamos memoria del trabajo, con el convencimiento de
que si prestamos atención a nuestra memoria común podremos entender mejor la
realidad presente porque “La acción de la memoria nos posibilita
dialogar con el pasado para construir un presente y futuro habitables”.
En mi incipiente
proceso de investigación estoy aprendiendo muchísimo escuchando a gentes de
Abarán, Blanca, Fortuna y Cieza. Sirva de ejemplo un hecho por el que
estoy muy agradecido: cuando decidí
pasar unas semanas de inmersión etnográfica en la zona consulté a algunos
contactos por un lugar donde alojarme. Uno de los esparteros, hoy jubilado y
aquí presente, me prestó una casa sin condiciones y sin prácticamente
conocerme, sólo existía un lejano vínculo familiar. Esa muestra de generosidad
me causó algo de desasosiego porque no sabía cómo podría corresponderla aunque
nunca se me pidió nada a cambio. Lo único que se me ocurrió fue entrevistarle
para recoger su historia, y quizá, regalársela a su nieta cuando creciera para
que supiera cómo era la vida de su abuelo. En un momento de la conversación se
emocionó mientras recordaba historias de su padre y en ese momento comprendí
por qué había sido tan generoso conmigo: su padre siempre actuó de forma
generosa con sus vecinos y con su comportamiento transmitió a sus hijos unos
valores morales de apoyo y solidaridad que él seguía manteniendo vivos en su
memoria y en su forma de estar en el mundo.
Quizá estaba escuchando un relato
que me indicaba la dignidad moral, no sólo de un padres, sino de una
parte de las clases populares de Cieza.
Por esto quiero decir finalmente que no existen grandes barreras entre
nosotros, trabajadores e investigadores, que no somos “bichos raros” despegados
de la realidad. Por el contrario, nos interesan vuestras vidas y memorias
porque así podremos entre todos comprender un poco mejor la sociedad en la que
vivimos. Porque aunque se dice que son los vencedores quienes escriben la
historia, no sólo ellos tienen derecho a contarla y a ser escuchados.
[1]
Haug (2008): Memoria colectiva, Memory
Work y la separación de la razón y la emoción, documento disponible en
internet en http://www.friggahaug.inkrit.de/documents/santiagospanischfh.pdf
[2]
Extraído de Pedreño, Baños y Zúñiga (2014, próxima publicación): “Patrimonio y memoria del trabajo como campo
social de controversias: desarrollo e identidad”.
[3]
Frigolé (1977): “Ser cacique” y “Ser Hombre” o la negación de las relaciones de
patronazgo en un pueblo de la Vega Alta del Segura, Agricultura y Sociedad, nº 5.
[4]Las notas en cursiva están extraídas del artículo citado
anteriormente de Pedreño, Baños y Zúñiga (2014, próxima publicación).
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