jueves, 17 de abril de 2014

CONVERSACIONES SOBRE MEMORIA DEL TRABAJO CON EL ANTROPÓLOGO JOAN FRIGOLÉ EN EL MUSEO DEL ESPARTO DE CIEZA: EN LA HISTORIA DEL PRESENTE DE LOS TRABAJADORES Y TRABAJADORAS DE LOS CAMPOS DE LA GLOBALIZACIÓN



"Que Joan Frigolé, ya entonces, decidiera convivir con ellos para contar de primera mano cómo fueron esos años para los trabajadores natos, y que en la actualidad, Salvador Cayuela, Elena Gadea y Antonio Ramírez, admiren sus investigaciones y el enfoque dado en sus textos, y sigan investigando (y contándonoslo) desde sus áreas y competencias, las vidas de quienes han levantado en silencio los pueblos, representa algo realmente valioso para los habitantes de presentes y de futuros tiempos, porque nos hacen saber el color de los caminos. Por todo esto, los encuentros que ofrece el Museo del Esparto se hacen imprescindibles" Crónica periodística "Conversaciones sobre la memoria del trabajo"

Con el párrafo anterior terminaba la crónica en el diario La Verdad de las “Conversaciones sobre la Memoria del Trabajo” mantenidas con Joan Frigolé (catedrático emérito de Antropología de la Universidad Autónoma de Barcelona) en el Museo del Esparto de Cieza el pasado 13 de marzo de 2014. En otras entradillas de este blog hemos hecho referencia a la importancia que concedemos al trabajo que Joan Frigolé realizó en los años 70 de etnografía del campesinado de Calasparra, un pueblo de la vega alta del Río Segura en la Región de Murcia (plasmadas, entre otras publicaciones, en ese libro admirable de Un Hombre. Género, clase y cultura en el relato de un trabajador, 1997, editorial Muchnik). Entender ese universo de aparceros y jornaleros sin tierra, de recolectores de esparto y braceros itinerantes,  es fundamental para los propósitos de investigación del Proyecto ENCLAVES, a modo de “historia del presente”. Las formas contemporáneas que estudiamos hoy de jornaleros en la recolección de fruta y en los almacenes de manipulado se forjaron ayer, es decir, se configuraron históricamente.
Pero sobre todo nos interesaba organizando este acto reivindicar la memoria del trabajo como una estrategia de intervención en el espacio público con nuestros resultados de investigación. ¿Cómo no trazar un hilo de continuidad y de diálogo entre las condiciones de vida y trabajo de las gentes de la vega media del Segura de ayer –gracias a las etnografías de Joan Frigolé- y de hoy –proyecto ENCLAVES- a través de una reivindicación política de la memoria?
La memoria del trabajo posibilita trazar un puente entre la nefasta escisión entre razón y emoción. Frigga Haug (2008) reflexiona certeramente sobre esa pertinencia de hibridar razón y emoción a través de la memoria del trabajo: “las emociones necesitan sus propias vidas; cambiarán más despacio o nada en absoluto si no tomamos su educación tan en serio como la de la razón. Pero esto significa que tenemos que abrirnos paso entre la separación entre razón y emoción, cuestionar razonablemente nuestros sentimientos y llenar nuestros sentimientos con pasión. Esto también significa no olvidar el pasado, resistirse a acallarlo utilizándolo”[1].



 

APUNTES DE SOCIO-HISTORIA DE UN ESPACIO PARA LA MEMORIA: EL MUSEO DEL ESPARTO DE CIEZA[2]
El Museo del Esparto de Cieza es un ámbito privilegiado para la reivindicación política de la memoria del trabajo. Si bien los museos desempeñan sobre todo una función conectiva entre los vivos y los muertos, entre ambiente e historia, entre experiencias del pasado y el futuro, entre territorio y memoria, entre llegada y salida, entre los que proyectan y los que disfrutan, etc. (Lattanzi, 2010: 63), estos cumplen también una importante labor en la reivindicación del patrimonio cultural, como parte de los procesos de patrimonialización, que responden a una demanda social de memoria en búsqueda de los orígenes y de la continuidad en el tiempo, al situar la atención del visitante sobre algunos aspectos memorables de la historia del territorio, y con este el paisaje que forma parte de él, lo que conduce a  inventariar, conservar y valorizar una serie de vestigios, reliquias, monumentos y expresiones culturales del pasado (Candau, 1998:15, citado en Giménez, 2005).

El museo se ubica en lo que fue la sede del Club Atalaya-Ateneo de la Villa de Cieza, asociación que surgió en enero de 1967 como un club juvenil amparado por el concordato de la iglesia ( que en aquella época comenzaba a separarse del franquismo) como lugar de esparcimiento por medio de diferentes actividades como obras de teatro, muestras de cine, bailes y otro tipo de actividades culturales y de ocio. Antes de convertirse en el club juvenil, el local había sido una antigua fábrica de esparto que concluyó sus actividades por los años cincuenta.

El gran cambio se da en el club cuando acoge el movimiento obrero , el cual influye en la realización de otro tipo de actividades culturales justo en el momento en que comienza a darse el cierre de fábricas, a partir de 1969. Fue un impacto fuerte y la vía obrera se constituyó como una tercera vía dentro del club: unos querían más cultura, otros querían más ocio y esta tercera vía fue más comprometida social y políticamente, promoviendo incluso que se impartieran cursos de derecho laboral.

Aquello dio lugar a que en el club se enraizara un grupo de obreros que sintió este espacio como algo suyo, principalmente obreros del sector textil y del esparto. Lo más singular de este club fue ese matiz obrero que fue complicado mantener, pues aunque hubo un cierto despertar en la clase obrera, dado que muchos se afiliaron a sindicatos y colectivos, eso fue decayendo y la gente volvió a los bares, que es de donde había salido. Sin embargo, se mantuvo un núcleo importante, que fueron los que reivindicaron el Museo del Esparto.

Posteriormente, en el año de 1983 se le plantea la propuesta al ayuntamiento de Cieza para la creación de un museo del esparto, no obstante, éste hizo caso omiso a dicha petición, con lo cual los obreros se convencieron de que el museo debería ser creado por ellos mismos. Así, empezaron a recoger objetos relacionados con la industria del esparto que estaban desapareciendo gradualmente, iban a la chatarra o a las fábricas abandonadas a recolectar lo que se pudiera: enseres, objetos hechos de esparto; aunque lo que fundamentalmente buscaban era en lo que ellos habían trabajado, el elemento industrial, el patrimonio industrial: herramientas, mazos, piedras en donde se picaba el esparto, etc., con lo cual se ha logrado ampliar el acervo patrimonial del museo:

Los orígenes del museo se remontan al primer Ayuntamiento que gana el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) aquí en Cieza, al cual se le manifiesta el interés por crear el museo, pero haciendo caso omiso de nuestra petición. En un pueblo donde no se tiene el sentimiento de raíz, no tiene interés por preservar lo que le da identidad, incluso donde la apatía se deja ver por parte de las autoridades. Su falta de interés, en su versión oficial ha tratado de desplazar al pequeño museo (Entrevista grupal con antiguos obreros del esparto, mayo de 2012).

Actualmente, en este espacio se exhiben fotografías, documentos, carteles, herramientas, maquinaría, objetos elaborados con la fibra del esparto como cordeles, calzado, cestería, papel y artesanías que son fiel testimonio de lo constituyó la industria del esparto para Cieza durante varias décadas. También cuenta con una pequeña biblioteca referente al esparto como objeto de estudio, así como un archivo fotográfico y documental, además de que los mismos obreros ofrecen visitas guiadas y se encargan de explicar el proceso de recolección, transformación y elaboración de productos con esparto.

Sin embargo, la muestra más tangible que el visitante puede encontrar en este museo sobre lo que fue la industria del esparto la representan los mismos obreros, quienes en sus experiencias de vida laboral en este entorno narran sus experiencias vividas, marcadas en el cuerpo en forma de cicatrices como consecuencia del uso de las herramientas de trabajo, la maquinaria e incluso la misma manipulación del esparto (lo que traía consigo condiciones laborales de riesgo para la salud a efecto de contraer “Espartosis”), con lo cual contribuyen a la construcción de esa memoria compartida entre quienes fueron parte de un legado histórico que se niega a fenecer. El rechazo a este episodio en la historia de Cieza, que refiere a una época difícil para sus pobladores, por considerarlo un periodo de miseria, es asumido incluso por los antiguos trabajadores:

Hay quienes reniegan de su pasado obrero en la industria del esparto. Aquello fue una crueldad para los que niños tuvimos que trabajar en el esparto. Yo tenía siete años, estamos hablando del año 51, saliendo de la posguerra y en condiciones de pobreza (Entrevista grupal con antiguos obreros del esparto, mayo de 2012).

No obstante, para muchos, el hecho de haber formado parte en este proceso resulta ser una seña de identidad que se debe recuperar y valorar a través del propio museo:

Los museos si son vivos funcionan, eso es lo que ha valido en nuestro museo porque además de recopilar el material hemos restaurado mucha maquinaria de la época que hemos venido adquiriendo poco a poco para el museo. Aquí el que viene y participa lo hace por amor al arte. Esto es parte de los tiempos que nos tocó vivir, por lo que queda llevarlo con entereza. Nosotros hacemos la lectura que queremos hacer de este espacio donde hemos reunido todo lo relacionado con el esparto. El museo nos ha dado la vida, el montaje, los arreglos los hemos hecho todo nosotros. Esto ha sido un estímulo para quienes nos dimos cuenta que esto fue nuestra vida con todo y sus consecuencias. Desaparecer la memoria, la historia no la hacen los que tienen nombre sino los que no tienen nombre (Entrevista grupal con antiguos obreros del esparto, mayo, 2012).


UN REENCUENTRO CON LA RAZÓN, LAS EMOCIONES Y LA MEMORIA: DE CÓMO PRESENTAR RESULTADOS DE INVESTIGACIÓN EN EL ESPACIO PÚBLICO

El pasado 13 de marzo, ante Joan Frigolé y un buen número de investigadores sociales, y justo unos momentos antes del inicio del acto “Conversaciones sobre la Memoria del Trabajo”, los antiguos trabajadores del esparto que hacen ahora de guías del museo volvieron a enseñarnos las pautas y técnicas de aquel oficio, relataron sus recuerdos y vivencias encarnadas a menudo en marcas en sus cuerpos. Memoria, razón y emoción se anudaban en aquel encuentro con la soltura con la que sus manos manejaban las hebras de esparto.

Y este tránsito de ida y vuelta entre emoción y razón volvió a establecerse en la propia conversación, con una sala bien nutrida de gentes de Cieza y otros pueblos cercanos (Calasparra, Bullas, Murcia, etc.). Para nosotros, los investigadores de ENCLAVES, fue un momento especialmente emocionante, pues estábamos poniendo a disposición de la gente los primeros resultados de investigación sobre las condiciones de vida y trabajo de la fruticultura intensiva de Cieza-Abarán-Blanca-Fortuna. Para ello nos servíamos del canal emocionalmente tan intenso en aquellos pueblos de la memoria de trabajo, y concretamente de la memoria del esparto, donde se forjaron las experiencias de explotación pero también de dignidad y utopía obrera. Pepe Marín (UMU, Museo del Esparto), en su presentación del acto, recordó que aquel espacio del museo donde se estaba desarrollando la conversación se conocía como Sala de la Memoria.

La lectura de fragmentos de los discursos por parte de Joan Frigolé en los años 70 a trabajadores del esparto de Calasparra abrió el camino hacia la memoria y hacia las emociones que expresaban los que allí escuchaban, muchos de los cuales se sentían identificados y reconocidos en aquellos relatos etnográficos. Estos relatos forman parte de un próximo libro de Frigolé que ha titulado Las Conversaciones y los Días en Calasparra. Diario Etnográfico, 1971-1974.

A continuación vinieron las intervenciones de Salvador Cayuela, profesor de antropología de la Universidad de Murcia e investigador del Centro de Estudios Europeos, Elena Gadea, profesora de sociología de la Universidad de Murcia e investigadora del proyecto ENCLAVES, y Antonio J. Ramírez, becario del proyecto de investigación ENCLAVES. Cada uno a su manera expresó cómo seguimos leyendo aquellas vivencias etnográficas de la Calasparra de los 70 recogidas por Joan Frigolé desde las investigaciones de hoy.

SALVADOR CAYUELA (UMU, Centro de Estudios Europeos): “(es) en esas humildes y ricas narraciones donde mejor podamos entender aquella “ideología” del régimen de Franco, es quizá en esa trama de valores, rituales, hábitos contados donde mejor podamos comprender la cultura de la España de nuestros padres y abuelos”
Desde hace algunos años el Prof. Klaus Schriewer coordina un Seminario de Antropología Social en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia, en el que yo participo como asistente. En la edición del curso 2009/10 de este seminario pretendimos realizar un análisis de la memoria de la sociedad levantina desde la narratología, sobre un conjunto de historias de vida realizadas por nuestros estudiantes a personas nacidas entre 1940 y 1955. Como sucede continuamente en el libro de Joan Frigolé Un hombre, aquellas narraciones pronto desbordaban cualquier límite trazado, transitando por cuestiones diversas como las condiciones económicas de su infancia y juventud, el día a día del colegio, la fuerte estratificación social de la época, o el clima de miedo y represión de aquella larga posguerra española. 
Aquellas “memorias de lo económico” nos hablaban (como sucede en el texto de Frigolé), de un “uso general, maximalista o informal” de la politic+﷽﷽﷽﷽﷽l, maximalista o informal"to de Frigols pologítica, no entendida como una relación social institucionalizada, sino como aquellos rasgos de la vida humana presentes en todas y cada una de las relaciones sociales.
Así, el contexto de la vida del protagonista de Un hombre, por ejemplo, es el de una sociedad tremendamente estratificada que justificaba una enorme explotación económica. En nuestras entrevistas son frecuentes los testimonios que insisten en este hecho, por ejemplo el de este hombre nacido en 1942, quien nos habla de las clases sociales de este modo:
“Sí, las clases sociales. Los ricos y los pobres. Los ricos, los señoritos, porque una cosa es ser rico y otra cosa es ser señorito (…) Puedes ser pobre con mucho dinero y eso no es ser pobre, eso es ser rico, el que tiene es rico, la palabra es “rico”. Pero entonces no, entonces es que estaban los pobres sin dinero y los señoritos con dinero, y entonces unos paseaban por esta calle, por esta acera, y otros paseábamos por ésta, y si ellos entraban al bar González, nosotros no estaba bien visto entrar donde estaban ellos (…) Pues claro, había dos clases de gente (…) Los señoritos del pueblo, de cuna se dice, a los señoritos les decían de cuna, aunque no tuvieran un duro”.
En este mismo sentido, partimos de una de las cuestiones que Frigolé comenta en su trabajo, el tema de la autocensura y el miedo al sistema represivo del Estado franquista. Una de nuestras informantes en aquel seminario narraba una experiencia de niña cuando se celebraban los 25 años del final de la Guerra Civil, algo que le sucedió a su padre, que bien podía ser el protagonista de Un hombre:
“Mi padre iban a buscarlo a mi casa al cuartel y le soltaban palos, y ¿pues nada no? Pues simplemente para que vieran quién mandaba y que no podía decir nada, y entonces dice un hombre: ‘Mañana 25 años de tal, ¿vais a los toros?’. Lo dijeron con ironía, ¿no?, y a la vez pasó un hombre que era un vecino mío, y entonces le dijo, dice, esto es que es interesante: ‘Pues llevar cuidado que os pueden sacar todavía la entrada a la sombra’. La entrada a la sombra es que los podían meter a la cárcel todavía, fíjate tú, entonces yo me quedé porque yo no entendía, pero entendía que lo que habló mi padre no podía haberlo dicho, y entonces la otra persona que yo la tenía como una buena persona, era una persona contraria a él, y entonces pues eran los que te podían denunciar”.
Por supuesto, lo más importante de estas narraciones de la memoria no es para nosotros el documento histórico que de hecho suponen, sino más bien (como recuerda también Frigolé en su libro citando a Lévi-Strauss), el escenario que dibujan desde un punto de vista etnográfico, escenario en el cual los más jóvenes podemos entender las experiencias vividas por nuestros mayores. Y desde ahí, ampliar una experiencia particular hasta construir la posibilidad de una experiencia más general.
Personalmente yo realicé el camino inverso, partiendo de unos estudios generales, donde pude imaginar la subjetividad del “homo patiens” para caracterizar a los españoles de aquella época, para continuar después con estudios etnográficos apegados a la memoria de lo narrado por mis entrevistados en aquel seminario y en otros trabajos y momentos. El protagonista de Un hombre seguramente no es ese “homo patiens” al que yo me he referido en otros lugares, pero muchos otros de los personajes que se dan cita en la narración de Frigolé si duda sí lo son. 
También en este orden de cuestiones, el tema del hambre, por ejemplo, fue más que recurrente en nuestras entrevistas, y su importancia para la propia afirmación del hombre –en el mismo sentido en que comenta Frigolé. Un entrevistado nacido en 1942 recordaba así aquella situación: “Pasábamos muchas necesidades de pequeños (…) Date cuenta como las pasábamos, el viejo, mi padre que ganaba cuatro perras. No podíamos llevar la casa para adelante, hambre ‘a punta pala’, nos teníamos que comer hasta las cortezas de naranja. Es la verdad, no te creas que es broma”.
Por supuesto, esta circunstancia era mayoritaria entre las personas que entrevistamos, casi siempre humildes y trabajadores del campo, jornaleros o pequeños propietarios, o que llegaron a serlo después de un periplo europeo que les permitió adquirir sus modestas propiedades. 
De hecho, el tema de la emigración, que afectó en la familia del protagonista de Frigolé como en tantas otras, por supuesto también es recurrente en nuestras entrevistas, como lo es la cuestión del matrimonio, muchas veces pospuesto por condiciones económicas. En este punto había una cuestión que parecía diferenciar la “legalidad” y legitimidad de los matrimonios: la práctica del “llevarse a la novia”, o del “casarse bien casado”. El protagonista del relato de Frigolé insiste en que se “casó bien casado”, como recuerda también una de las mujeres a las que entrevistamos, nacida en 1943, quien nos habla así de esta cuestión:  

“Como ya estábamos de novios cinco años y estábamos deseando casarnos y entonces si no habían todavía posibilidades de casarse porque no había medios, pues entonces decía el novio: ‘vente conmigo y hemos terminado’, había mucha gente que se iba con el novio, pero eso era señal de que ya fulanita se había ido con el novio (…) Mi marido todas las veces que me lo dijo, ‘vente conmigo’, ‘vente conmigo’, pero a mí no me dejaban salir, yo al cine iba si se venía conmigo mi madre”.

En el libro Un hombre de Joan Frigolé, como en nuestro seminario, la narración de aquellas personas humildes, de sus memorias de lo económico, de los contextos laborales, sociales y políticos en los que le tocó vivir, son capaces de tender una línea que nos conecta con un pasado a menudo olvidado, pero dramáticamente cercano y siempre re-actualizado. De hecho, es quizá en esas humildes y ricas narraciones donde mejor podamos entender aquella “ideología” del régimen de Franco, es quizá en esa trama de valores, rituales, hábitos contados donde mejor podamos comprender la cultura de la España de nuestros padres y abuelos. 

ELENA GADEA (UMU, ENCLAVES): “Ser hombre y ser cacique son conceptos con los que todo investigador sueña”
Para quiénes estudiamos los territorios y las formas de organización del trabajo en la actual agricultura murciana, el trabajo de Joan Frigolé nos muestra que el cambio a una agricultura industrial y globalizada no supone una ruptura total con las lógicas del jornalerismo tradicional, sino una reconfiguración de esas lógicas. Las continuidades son evidentes:
- La precarización del trabajo que se traduce en una precarización de la supervivencia, marcada no sólo por la falta de recursos, sino también por una incertidumbre que limita el futuro. Como nos decía un profesional de servicios sociales:
Les mantiene pero no les da futuro, no les da futuro... Si tienen hijos los tienen dentro de la casa, esperando que llegue esa temporada para poder subsistir para luego la temporada que no haya, pero no les dan un futuro de estudios.... no tienen salida […]. Desde lo profesional pues hasta lo comprendes, porque dices, una familia que tiene 7 hijos y ya son grandes, y les comento el tema de novias.... "¿y qué mujer va a entrar en esta casa como estamos?” (E51).
- La búsqueda constante de un jornal, moviéndose continuamente de unos trabajos a otros, de unos lugares a otros. La conciencia de que el trabajo es un bien escaso que hay que aprovechar, lo que se traduce en una auto-explotación. En temporada, la vida se paraliza y el tiempo de trabajo lo consume todo.
- El mantenimiento de esas plazas donde los jornaleros se reúnen a diario a la espera de ser llevados a trabajar.
- La eventualidad del trabajo, que hace que la figura de los intermediarios sea fundamental en el suministro de trabajo “justo a tiempo” y disciplinado.
- Los vínculos que los sistemas de reclutamiento establecen con la comunidad, el riesgo de quedar fuera de las redes que, aunque generan servidumbres, también proveen de jornales.
- Las estrategias de los empresarios para debilitar el poder de negociación de los trabajadores, enfrentándolos por un recurso escaso (y aquí la cuestión étnica juega un papel fundamental), movilizando y manteniendo un ejército de reserva que presione a la baja sobre las condiciones laborales y haga eficaz la amenaza del despido: “si no lo aguantas ya sabes lo que tienes que hacer, tengo a otros pa trabajar".
Ser hombre y ser cacique[3] son conceptos con los que todo investigador sueña. Conceptos que condensan un universo simbólico y que nos explican el haz de relaciones que se tejen en torno al trabajo y que lo desbordan, estructurando el conjunto de las relaciones sociales. El hombre es aquel que se mantiene en su sitio, que espera a ser llamado a trabajar y quiere negociar unas condiciones de trabajo justas y dignas. El hombre es un trabajador honrado, con sentido de la justicia social.
El cacique es aquel que “se mete debajo del amo”, que se humilla pidiendo trabajo y que, por tanto, rompe con el poder de negociación del trabajador, al mostrar su necesidad. El cacique es una posición intermedia, impura, que provoca odio y desprecio.
El concepto de “hombre” nombra la dignidad y la honradez en el trabajo, es un rasgo de la identidad masculina. No asombra, pero sí que conviene señalar la ausencia de un concepto equivalente que reivindique esas cualidades en la mujer, como un ejemplo más del no reconocimiento de su papel en la supervivencia económica, cuando las mujeres han sido, y continúan siendo, fundamentales como sostenedoras de las familias, en especial en economías precarias como las que estamos estudiando.
Al releer el trabajo de Joan Frigolé desde la perspectiva de nuestra investigación buscaba un concepto que pudiera estar funcionando como condensador de representaciones y relaciones sociales. Obviamente no he encontrado ninguno tan potente como el de “ser un hombre” o “ser un cacique”. Sin embargo, en el caso de las tareas de manipulado de la fruta fresca, nos aparecía el concepto de “almacenera”, que sintetiza en cierta manera la organización y las relaciones dentro de este espacio de trabajo.
El almacén constituye, en algunos de los pueblos que estamos analizando, una especie de plaza pública, donde se escenifican y reproducen el conjunto de relaciones sociales de la comunidad. El acceso al almacén y el lugar que se ocupa en él vienen dados, en muchos casos, por las redes familiares, de vecindad y de amistad en que la trabajadora se halla inmersa. El almacén constituye, además, un espacio de sociabilidad por excelencia, donde se escenifican esas relaciones de parentesco, de amistad, las relaciones afectivas e incluso sexuales. En una agricultura obsesionada por la asepsia, nos decían: “lo de que les permiten llevar el anillo tradicionalmente ha sio porque el encargao viera a quién le podía entrar y a quién no”.  El almacén, algunos almacenes, se convierten en una reproducción a escala del pueblo y las almaceneras son aquellas mujeres que limitan sus relaciones sociales a este microcosmos: “tú no te puedes basar sólo en el almacén, porque como te metas en eso te conviertes en almacenera. Sí, es lo que pasa, que te conviertes en almacenera”. 
El concepto de almacenera define, también, una cultura laboral. Una trabajadora de un gran almacén nos decía, hablando del día a día en el trabajo: “si le prestas mucha atención a las mismas compañeras, sales amargá del almacén, porque son almaceneras, de toa la vida, y son… son malas”.  Y recalcaba su afirmación diciendo “yo prefiero a dos gitanos malos que una almacenera mala (…). Igual que los gitanos son otra cultura, pues los almaceneros son otra cultura. Y las almaceneras malas son malas, pero malas por naturaleza”.
Esta trabajadora, que había empezado en el almacén mientras estudiaba, nos relataba sus primeras experiencias: las almaceneras malas, nos decía, “te hacen la vida imposible, te mandan hacer los peores trabajos, se chivaban de cualquier cosa, les daba por hablar de ti...”. Ella nos cuenta que, como estudiante, iba “a trabajar, pero como sabíamos que era un mes, pues tú vas y te ríes, exactamente, tú vas y te ríes, porque sabes cuándo entras y cuándo sales, pero cuando no te apaña, te vas. Ellas no, ellas tienen que estar ahí por narices, o sea, como aquel que dice, es su trabajo”. Y “por supuesto, las almaceneras malas son el ojico derecho de los encargaos”. 
Ser un hombre y no un cacique, nos dice Joan Frigolé, “es una respuesta moral y política a los peligros que acechan la supervivencia física, social y moral de él y de los suyos”. La renuncia a convertirse en almacenera se traduce, más bien, en el ejercicio de un derecho de fuga (“cuando no te apaña, te vas”). Pero no hemos encontrado en nuestro trabajo de campo un concepto que reivindique la dignidad del trabajo y de la identidad jornalera. Quizá la memoria del trabajo pueda ser un referente donde buscar esa dignidad.

ANTONIO J. RAMÍREZ (UMU, ENCLAVES): “no existen grandes barreras entre nosotros, trabajadores e investigadores, que no somos “bichos raros” despegados de la realidad, por el contrario nos interesan vuestras vidas y memorias porque así podremos entre todos comprender un poco mejor la sociedad en la que vivimos”
En primer lugar agradecer al Museo del Esparto de Cieza por acoger este acto, al público que con su presencia abarrota este lugar, a Joan Frigolé y a mis compañeros del equipo de investigación de ENCLAVES por su confianza y amistad. Participar en esta conversación sobre la memoria del trabajo es para mí un gran regalo.
“Las luchas de las mujeres y los hombres que resistieron se encuentran en el pasado, pero también viven en el presente, como memoria”
(Marcuse, citado en John Holloway, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo)

Días antes de participar en esta conversación junto al ilustre etnógrafo Joan Frigolé, Doctores compañeros de la Universidad de Murcia y las gentes trabajadoras de Cieza, anduve pensando cuál podría ser mi aportación. Mis compañeros de mesa tienen sólidas carreras y una dilatada experiencia, y lxs vecinxs trabajadorxs han sido los protagonistas de vidas vinculadas al trabajo agrícola, así que ni a profesores ni a trabajadores podría decirles nada que ya no supieran. Por tanto consideré que simplemente debía exponer mi particular punto de vista y lo importante que es para mí este acto de dignificación y recuperación de la memoria colectiva del trabajo de las clases populares. Además es una gran oportunidad de mostrar mi agradecimiento y alegría por poder estar junto a compañeros y vecinos de los que tanto estoy aprendiendo en mis primeros pasos en este complicado, pero apasionante, oficio de la investigación social.
Si la reconstrucción de la Historia puede ser un ejercicio de esfuerzo colectivo entre individuos, para mí la memoria de la obra de Joan Frigolé me traslada a un momento de mi pasado estudiantil avivado con fuerza estos días.

La primera vez que cursé una asignatura de Antropología Social en la Universidad de Murcia fue hace años, cuando estudiaba Trabajo Social.  Debíamos leer unos cuantos libros que los alumnos seleccionábamos de un amplio listado.  Uno de ellos me llamó poderosamente la atención, pero no sabría decir si el motivo de querer leerlo fue su curioso título o su pequeño volumen, apenas 80 páginas, lo más probable que fuese por ambos. El libro era “Llevarse a la novia: matrimonios consuetudinarios en Murcia y Andalucía” de Joan Frigolé. En él no sólo encontré la explicación de una costumbre un tanto peculiar, sino que me estaba revelando prácticas sociales desconocidas que, sin embargo, sentía cercanas. Recuerdo que al terminarlo le pregunté a mi madre si sabía qué era aquello de “llevarse a la novia”, al fin y al cabo es la menor de 10 hermanos de una familia humilde vinculada al trabajo agrícola, perfil que encajaba con el descrito por Joan. Mi sorpresa fue comprobar que no sólo lo sabía, sino que tres de mis tíos se llevaron a  mis tías y así pude conocer un poco más de mi propia historia familiar. Joan estaba expresando con palabras algunos comportamientos de mis familiares, pero es que además me ayudó a comprender que aquellos que habían desarrollado ésta acción social compartían condiciones de vida, cultura y formas de hacer las cosas. En definitiva, ese libro menudo me estaba hablando de la memoria de la clase social a la que pertenezco.
En la actualidad las condiciones de vida de los jóvenes son distintas a la de nuestros padres y abuelos. La mayoría de nosotros hemos tenido la oportunidad de estudiar y formarnos con la promesa de que tendríamos un futuro menos duro que el de nuestros antepasados. Pero por el contrario nos estamos familiarizando con palabras tan cargadas de sentido social como precariedad, paro, explotación, dureza, inestabilidad, temporalidad, supervivencia… que no sólo nos remiten al pasado,  sino que también nos describen nuestro presente y nos dibujan un incierto futuro jalonado de incertidumbres y dificultades para las nuevas generaciones de la clase trabajadora. 
Ante esta situación nos encontramos desconcertados puesto que habíamos sido educados y sociabilizados para vivir en la promesa de la abundancia y no en la realidad de la necesidad.  Por eso motivo nos encontramos hoy aquí, para participar en un diálogo colectivo entre generaciones de dominados porque  “La memoria del trabajo es, también, el de las relaciones de explotación y dominio que lo constituyeron”[4]. De esta manera intentamos rescatar conjuntamente las vinculaciones entre pasado y presente que fueron  invisibilizadas por el relato amnésico de una forma de contarnos la Historia: a partir del ocultamiento del sufrimiento, la explotación y la carestía, y siendo cada vez más conscientes de que “Si al patrimonio se le borra la memoria del trabajo (y de los grupos subalternos) se impide la comunicación y el diálogo entre los dominados de ayer y los dominados de hoy”.
Para que los jóvenes nos sintamos menos  solos y poder comprender las dificultades por las que atraviesan nuestros proyectos de vida, es necesario que juntos hagamos memoria del trabajo, con el convencimiento de que si prestamos atención a nuestra memoria común podremos entender mejor la realidad presente porque  “La acción de la memoria nos posibilita dialogar con el pasado para construir un presente y futuro habitables”.
En mi incipiente proceso de investigación estoy aprendiendo muchísimo escuchando a gentes de Abarán, Blanca, Fortuna y Cieza. Sirva de ejemplo un hecho por el que estoy  muy agradecido: cuando decidí pasar unas semanas de inmersión etnográfica en la zona consulté a algunos contactos por un lugar donde alojarme. Uno de los esparteros, hoy jubilado y aquí presente, me prestó una casa sin condiciones y sin prácticamente conocerme, sólo existía un lejano vínculo familiar. Esa muestra de generosidad me causó algo de desasosiego porque no sabía cómo podría corresponderla aunque nunca se me pidió nada a cambio. Lo único que se me ocurrió fue entrevistarle para recoger su historia, y quizá, regalársela a su nieta cuando creciera para que supiera cómo era la vida de su abuelo. En un momento de la conversación se emocionó mientras recordaba historias de su padre y en ese momento comprendí por qué había sido tan generoso conmigo: su padre siempre actuó de forma generosa con sus vecinos y con su comportamiento transmitió a sus hijos unos valores morales de apoyo y solidaridad que él seguía manteniendo vivos en su memoria y en su forma de estar en el mundo.   Quizá estaba escuchando un relato  que me indicaba la dignidad moral, no sólo de un padres, sino de una parte de las clases populares de Cieza.   Por esto quiero decir finalmente que no existen grandes barreras entre nosotros, trabajadores e investigadores, que no somos “bichos raros” despegados de la realidad. Por el contrario, nos interesan vuestras vidas y memorias porque así podremos entre todos comprender un poco mejor la sociedad en la que vivimos. Porque aunque se dice que son los vencedores quienes escriben la historia, no sólo ellos tienen derecho a contarla y a ser escuchados. 



[1] Haug (2008): Memoria colectiva, Memory Work y la separación de la razón y la emoción, documento disponible en internet en http://www.friggahaug.inkrit.de/documents/santiagospanischfh.pdf

[2] Extraído de Pedreño, Baños y Zúñiga (2014, próxima publicación): “Patrimonio y memoria del trabajo como campo social de controversias: desarrollo e identidad”.
[3] Frigolé (1977): “Ser cacique” y “Ser Hombre” o la negación de las relaciones de patronazgo en un pueblo de la Vega Alta del Segura, Agricultura y Sociedad, nº 5.
[4]Las notas en cursiva están extraídas del artículo citado anteriormente de Pedreño, Baños y Zúñiga (2014, próxima publicación).

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