Dentro de las
actividades del Proyecto de Investigación ENCLAVES está la divulgación de sus
resultados y trabajos. El Foro por el Pensamiento y el Diálogo de Cieza
organizó esta conferencia el pasado 4 de octubre que impartió Andrés Pedreño,
precisamente en uno de los municipios que componen el territorio del caso de
estudio en la Región de Murcia (área de Cieza-Fortuna-Abarán-Blanca). Las
personas inquietas que componen el Foro consideraron que con esta actividad
podían contribuir a reflexionar sobre los problemas de xenofobia que la crisis
está generando hacia la población inmigrante que reside y/o trabaja en Cieza. Dejamos
aquí el texto integro de la charla:
Nota: pinchar en el título de la entrada para leer el texto completo y en la imagen para más información sobre la conferencia.
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INTRODUCCIÓN
Cieza es uno de esos municipios de la Región de Murcia en el cual la población inmigrante ha alcanzado una importante presencia n la última década –según el Padrón Municipal de Habitantes de 2011 unos 3.179 efectivos, esto es, un 9% del total de la población, de los cuales casi el 50% son inmigrantes de procedencia marroquí-. Aunque estas cifras se sitúan por debajo de la media regional (un 16%), su crecimiento continuo desde principios del 2000 muestran que en Cieza la reproducción ampliada de una base social de jornaleros agrícolas para las tareas de recolección de frutas (y para los almacenes de fruta como lo evidencia el hecho de que veamos muchas mujeres inmigrantes emplearse en esos procesos de trabajo de confección y manipulado del producto agrícola) se ha sostenido sobre los aportes de fuerza de trabajo de la inmigración extranjera (en un territorio donde históricamente hubo una presencia importante de población jornalera dada la importancia que tuvo la industria del esparto hasta mediados del siglo XX). Además, las características de estacionalidad del trabajo en la fruta hacen que a Cieza concurran periódicamente jornaleros inmigrantes procedentes de otros municipios. La pervivencia de un jornalerismo autóctono arraigado y la estacionalidad del trabajo de las frutas explican, seguramente, el porcentaje de población inmigrante extranjera más bajo respecto a otros municipios de agricultura intensiva.
Al tiempo, la crisis ha golpeado duramente al municipio incrementando de forma notable la tasa de desempleo. Muchos de estos desempleados, locales y migrantes están en estos momentos buscando emplearse en espacios ocupacionales que hasta hace poco eran considerados socialmente como “propios de inmigrantes” (la recolección de fruta), dándose situaciones de competencia por recursos escasos. Además el hecho de que casi un 42% de los migrantes asentados en Cieza sean mujeres indica sobre las características de una población compuesta por familias arraigadas en el municipio, lo que los convierte en demandadores de los servicios públicos de bienestar".
La
existencia de todas estas tendencias hacen de Cieza un territorio interesante
para plantear algunas de las cuestiones que me gustaría conversar con ustedes
esta noche y que forman parte de los planteamientos del Proyecto de
Investigación ENCLAVES que estamos en estos momentos desarrollando justamente
en esta zona de la Región.
- DE LAS
SOCIEDADES ETNOFRAGMENTADAS…
En
el proceso de formación de la España Inmigrante hemos de constatar la precaria
posición social ocupada por los y las personas inmigradas, a pesar de que como
todo el mundo reconoce su aportación ha sido fundamental en la etapa reciente
de modernización económica, demográfica y cultural:
-han aportado su fuerza de trabajo y sus
cualificaciones a sectores de gran crecimiento de la economía (economía de
servicios, construcción, agricultura intensiva…), los tres
millones de trabajadores inmigrantes suponen un 25% de la población ocupada
entre los 25 y 44 años. El Informe de Desarrollo Humano (2009) demuestra que
una quinta parte de las ganancias generadas por los migrantes queda en los
países de destino.
-han revitalizado demográficamente un país con
la tasa de fecundidad más baja del mundo
-y han transformado multiculturalmente el
paisaje social y cultural de de nuestras ciudades.
Esta
peculiar inserción entre central para la producción económica y clase
inferiorizada y discriminada en derechos de ciudadanía, constituye lo que hemos
venido denominando la condición inmigrante. Las sociedades etnofragmentadas se
refieren precisamente a estas lógicas de asignación de lugares sociales,
ocupacionales o residenciales en función de la pertenencia nacional o étnica.
Ha habido integración social pero etnofragmentada.
La sobrerrepresentación de la
población inmigrante en la Nueva Cuestión Social que con todo dramatismo está
evidenciando la actual crisis del capitalismo global muestra a las claras el
precario estatuto del proceso de integración de esta población en las décadas
del crecimiento económico, de tal forma, que cuando ha sobrevenido la crisis,
su precariedad ha impuesto una degradación galopante de sus condiciones de
vida.
Veamos en qué ha consistido lo que
hemos venido denominando un régimen específico de vulnerabilidad y explotación
de la población trabajadora inmigrante en España:
A)
El nuevo estatuto de la frontera respecto a los inmigrantes extranjeros. La política
migratoria de los países europeos ha venido a privilegiar todos los mecanismos
de cierre o control de fronteras. No es extraño que desde posiciones críticas
se haya hablado de la “Europa fortaleza”. En este mundo de creciente densidad
de las redes de interdependencia globales, las viejas fronteras nacionales
cobran una funcionalidad autoritaria de contención y control de los flujos y
movilidades de las poblaciones. Pero al mismo tiempo están planteando una serie
de problemas para el espacio cívico, ya que como Étienne Balibar ha venido
planteando “las fronteras no solamente delimitan un estado nacional, sino
que en el actual contexto de migraciones internacionales, están sirviendo para
trazar dentro de su espacio interno, diferenciaciones, segmentaciones y
segregaciones entre los nacionales –aquéllos que son reconocidos como sujetos
con derechos de ciudadanía- y los inmigrantes extranjeros –los cuales quedan en
un fronterizo “no lugar”, pues, por un lado, están integrados plenamente en el
mercado de trabajo, pero, por otro lado, están excluidos de la ciudadanía plena
(lo cual garantiza un mayor disciplinamiento así como una hiperexplotación de
su fuerza de trabajo)”.
La legislación española de
extranjería construye al trabajador inmigrante como un sujeto sociolaboral
disponible, flexible y vulnerable. Hemos de tener presente que la actual
normativa española de extranjería debilita las posibilidades de los
trabajadores inmigrantes de ejercicio de una ciudadanía plena, convirtiéndose
por tanto en un eficaz dispositivo de producción de vulnerabilidad. En efecto,
las fronteras de la ciudadanía y de la legalidad trazadas por la legislación de
extranjería conllevan una segmentación social entre los trabajadores nacionales
y los inmigrantes, y entre los inmigrantes regularizados e ilegales. Un
trabajador con unos derechos de ciudadanía de excepción, o al que directamente
se le niega cualquier derecho (como a los denominados “sin papeles”, los cuales
carecen inclusive del derecho de sindicación) devienen sujetos extremadamente
vulnerables, ya que al disponer de unos derechos reconocidos muy precaria y
condicionadamente, o carecer de ellos por su estatus de ilegalidad, son
empujados al riesgo y la inseguridad, y por tanto, tendrán un poder de
negociación de las condiciones de venta de su fuerza de trabajo muy precario o
directamente inexistente. También como sabemos la normativa de extranjería
determina las opciones laborales del trabajador inmigrante según el criterio de
preferencia nacional, según el cual los inmigrantes ocuparán aquéllos nichos
laborales que no sean cubiertos por los trabajadores nacionales, que indudablemente
serán los que concentren los trabajos más degradados y precarizados
(agricultura, hostelería, asistencia doméstica, construcción, etc.).
B) Crisis del estatuto de la condición
salarial y deriva hacia formas precarizadas de empleo con débiles protecciones
sociales. Como en otros países de su entorno, el mercado
laboral español ha seguido una tendencia creciente hacia la flexibilización,
entendida como la regulación temporal del trabajo en puestos de trabajo fijos.
Este ha sido un proceso socioeconómico que empezó a principios de los años 80,
y por el cual la estructura del mercado de trabajo ha experimentado, en estos
años, un cambio en la relación entre trabajadores estables y temporales,
creciendo la temporalidad y sustituyendo la segmentación entre trabajadores
ocupados y parados por la segmentación entre trabajadores estables y
temporales. Esta reestructuración laboral ha ahondado en la lógica de
subordinación del empleo a la competitividad empresarial como un mercado
flexible análogo a otros mercados de bienes.
Esta lógica de precariedad laboral es
una realidad preexistente a la llegada de los inmigrantes. No ha “venido” con los flujos migratorios, aunque
ciertamente la precariedad se extiende, y muchas veces el uso que la gestión
empresarial hace de la mano de obra inmigrante preanuncia esa generalización de
la precariedad. Por ello, en los segmentos del mercado laboral secundario, el
trabajo inmigrante compite con los sectores descualificados
o subalternos de la clase trabajadora autóctona. Diferentes estudios, por ejemplo el realizado en
Cataluña por Carlota Solé (1995) sobre “discriminación racial en el mercado de
trabajo”, muestra que los trabajadores locales, especialmente los jóvenes,
sienten como problemática la contratación de mano de obra extranjera, e
igualmente, demuestra que son los trabajadores con menor cualificación los que
mayormente se muestran predispuestos a limitar la llegada de extranjeros y a
establecer cuotas de entrada. Todo esto está en la base de un fenómeno extremadamente
complejo como es el de la xenofobia obrera y popular, que dice Sergio Bologna
que es “una forma distorsionada de añoranza por mejoras salariales y por
regulaciones normativas conquistadas y después perdidas”.
Se ha consolidado política y jurídicamente que es el contrato laboral,
y no los derechos de ciudadanía plenos, el vínculo privilegiado de
“normalización” del trabajador inmigrante. De esta forma la conversión del
cuerpo inmigrante en fuerza de trabajo para la precariedad laboral se instituye
como el lugar apropiado de los trabajadores inmigrantes en el espacio
sociolaboral, unánimemente reconocido por el conjunto de los agentes implicados
–incluidos los propios afectados-. Sin embargo, como sabemos, por las lecciones
de la historia social, el contrato laboral es un vínculo insuficiente para
asegurar la integración y cohesión social, pues no garantiza un estatuto de
reconocimiento social en forma de derechos de ciudadanía. El consenso simbólico
alcanzado alrededor de la concepción utilitarista de la inmigración, el cual
hace del contrato en el mercado laboral el vínculo social por excelencia,
dificulta otra representación simbólica en términos de reconocimiento social de
las relaciones de interdependencia con la población inmigrante (lo cual posibilitaría
la constitución de un vínculo sustentado en la extensión de los derechos de
ciudadanía).
C) Retroceso del Estado Social y sus
formas de propiedad social. El progresivo vaciamiento del
contenido social del Estado hace que sean las posiciones más vulnerables –como
el proletariado local e inmigrante-, las más afectadas[1].
La relación de los trabajadores inmigrantes con el Estado Social viene
condicionada por su posición subordinada y desvalorizada en cuanto al estatuto
de ciudadanía, lo cual les confiere una capacidad de influencia política muy
baja en las controversias por la distribución de los recursos sociales y
estatales[2].
A ello se añade que la fragilidad de
sus redes de socialidad, reducidas prácticamente a los vínculos familiares o de
conocidos dentro de su propia comunidad étnica, limita enormemente el acceso a
los recursos sociales recíprocos, los cuales no alcanzan para sustituir a los
debilitados recursos asociativos. Hemos tenido la oportunidad de ver cómo operó
la desigualdad en cuanto a capital social tras la catástrofe del terremoto que
asoló la ciudad de Lorca el pasado mes de mayo. Si una parte de la ciudadanía
lorquina pudo refugiarse en sus segundas viviendas o en las casas de sus
familiares en Murcia, Águilas etc., otros con menores recursos y sobre todo con
más pobres lazos familiares y de amistad en la región se vieron obligados a
resguardarse en los campamentos habilitados en la ciudad. El 80% de los que
allí durmieron y fueron atendidos por el reparto de alimentos no eran lorquinos
de nacimiento.
D)
Ensanchamiento de la fractura social en medio de un próspero dinamismo
económico.
Esta ha sido una característica esencial del modelo de capitalismo edificado en
las décadas neoliberales, la simultaneidad del crecimiento económico y la
apertura de lógicas de polarización social entre integrados y vulnerables. Ello
introduce sustanciales modificaciones en los procesos de definición relativos
al qué hemos de entender hoy por marginalidad social.
Las
cartografías de la inserción sociolaboral de los inmigrantes cuestionan la
lectura socialmente dominante sobre el carácter “marginal” del valor aportado
con su trabajo -“hacen los trabajos que nadie quiere”, etc.-, mostrando que la
inserción de los inmigrantes se relaciona con procesos y sectores estratégicos
de la economía de las sociedades receptoras -mueven los resortes productivos de
“la huerta de Europa” que proporciona alimentos frescos y de calidad a las
clases medias; están el centro de importantes industrias nacionales como la
hostelería turística y la construcción; su incorporación masiva a la nueva
economía urbana de las ciudades en transformación visibiliza el que estos
trabajadores forman parte de la economía global de la información, etc.-.
Es
decir, los trabajadores inmigrantes están en el centro de los procesos
económicos y sociales que definen el crecimiento de las sociedades
contemporáneas, pero su posición periférica en la estructura social revela que
se trata de un nuevo proletariado. Por ello, como observa acertadamente Saskia
Sassen, “se puede ver aquí una ruptura con la dinámica tradicional por la que
la pertenencia a sectores económicos líderes contribuía a que se dieran
condiciones para la formación de una aristocracia obrera –un proceso habitual
durante largo tiempo en las economías occidentales industrializadas. ... Las
mujeres y los inmigrantes aparecen como una oferta de trabajo que facilita la
imposición de bajos salarios en condiciones de alta demanda. Y esto para
sectores de alto crecimiento. Así se quiebra el nexo histórico que había
otorgado cierta capacidad de negociación a los trabajadores, y lo que es peor
se legitima esta ruptura cultural”. Esta invisibilización o periferización del
valor del trabajo inmigrante actúa a través de una función de denegación de las
relaciones sociales que (re)presenta como “natural” o “neutral” lo que más bien
es la construcción política y simbólica de un desplazamiento del trabajo
inmigrante hacia esas posiciones que aún siendo periféricas, no tienen nada de
“marginales” o “excluidas”, antes al contrario, están en el centro de la labor
estructurante de estructuras productivas fundamentales de los procesos sobre
los que opera la inserción global de determinados territorios.
Con
la configuración de este proletariado inmigrante en nuestras sociedades se
reactualiza la vieja problemática de lo que Robert Castel denomina “los
salariados sin dignidad”, en referencia a la situación del proletariado
industrial del siglo XVIII-XIX, sujeto indispensable para la generación de
riqueza pero al que no se le reconocía un estatuto en forma de derechos
sociales, lo que le empujaba a vivir en una situación de continua incertidumbre
e inseguridad, que no le garantizaba un lugar reconocido en el mundo social.
Con la situación de los trabajadores inmigrantes se vuelve, en efecto, a esta
vieja cuestión: son ciertamente indispensables para la generación de riqueza
productiva, pero no se les reconoce un estatuto pleno de ciudadanía.
E)
Clasificación y jerarquización etnicista del valor social de los diferentes
colectivos inmigrantes.
A través de la lógica del estigma operan los procesos de desvalorización social
de la población inmigrante y sus formas de legitimación, así como de
jerarquización de los diferentes colectivos de inmigrantes. De forma preferente
el discurso de las “raíces culturales” es socialmente movilizado para
distribuir étnicamente a los inmigrantes en las jerarquías del espacio social,
utilizando para ello el criterio de la supuesta “distancia cultural” que separe
a sus “culturas de origen”, convenientemente estereotipada, de los valores
culturales occidentales, representados tales como si los mismos existiesen
realmente componiendo una unidad.
En esta jerarquización imaginaria el
lugar más bajo lo ocupan indudablemente los musulmanes. El atávico rechazo
español al moro pone a los marroquíes
residentes en España en el blanco de la sospecha xenófoba, cuando no la picota
de ser culturalmente inintegrables.
Este consenso social que presenta al inmigrante musulmán como potencialmente
problemático tiene indudables repercusiones sobre sus oportunidades de acceso y
elección de recursos sociales, laborales, etc. Como hemos tenido ocasión de
comprobar en nuestros estudios sobre las agriculturas mediterráneas, los
empleadores apelan a las “diferencias culturales” entre los colectivos de
trabajadores extranjeros para argumentar sus preferencias en la contratación
con criterios étnicos, y así el marroquí es indisciplinado e incluso agresivo,
lo que explica y justifica su progresiva sustitución por ecuatorianos en el
campo murciano, lituanos en los invernaderos de Almería y polacas en la
recolección de la fresa en Huelva. Legitimando así la segmentación étnica del
mercado laboral y la rápida sustitución de unos trabajadores por otros recién
llegados, esos discursos permiten en definitiva un mayor disciplinamiento de la
mano de obra.
- …
AL RACISMO DE CRISIS
Si
el paisaje social de la crisis se compone de imágenes en las que mengua la zona
de integración de la clase trabajadora, y se agranda la vulnerabilidad y la
desafiliación; en los estratos de los trabajadores inmigrantes extranjeros se
visibiliza el rostro más calculador de un capitalismo que convierte en
desechable lo que dicta su principio de utilidad. Un filósofo del que he
aprendido mucho en sus reflexiones sobre racismo e inmigración, Etienne
Balibar, acuñó el término de “racismo de crisis” para pensar la acción
recíproca de la crisis y de racismo en una determinada coyuntura. Señalaba dos
características: 1) “la superación de determinados umbrales de intolerancia”; y
2) “una coyuntura en la que la estratificación social deja de determinar una
actitud con tendencia a diferenciarse respecto a “los extranjeros”, cediendo el
lugar a un “consenso” social basado en la exclusión y en la complicidad tácita de
la hostilidad”[3].
En el actual paisaje social de la
crisis la exclusión se ha sin duda intensificado como muestra el que están
siendo los primeros en ser expulsados del mercado laboral en la actual
coyuntura recesiva, casi duplicando la tasa de desempleo de los autóctonos. Es
el criterio de preferencia nacional aplicado no para emplear sino para
desemplear. La tasa de desempleo de la población extranjera en la Región de
Murcia era en 2011 del 36,63%, es decir, casi 15 puntos por encima de la tasa
de paro de la población autóctona (22,03%). El desempleo también está golpeando
con criterios etnicistas. De hecho se observa una mayor incidencia del paro
entre los trabajadores magrebíes que los de otras nacionalidades. Los
empleadores que todavía emplean aprovechan para ajustar salarios y precarizar
los contratos.
Durante
el primer semestre de 2012 los juzgados españoles han ejecutado 94.502
expedientes de desahucio, una media superior a los 530 diarios .Estamos viendo
que las familias migrantes son las primeras en aparecer en la inmoral práctica
del desahucio por impago de hipoteca de la vivienda –según el último informe de
la Fundación Foessa, un 20% de los inmigrantes tiene dificultades para pagar la
hipoteca, el agua, la luz y los alquileres y, como consecuencia, el 10% se haya
amenazado de expulsión-.
Los hijos de las familias inmigrantes
que con enormes dificultades trataban de avanzar en los itinerarios formativos
y educativos se ven envueltos en la dinámica de sus familias en crisis, optando
por abandonar la escuela para formar parte del ejército de subempleo informal.
Mientras
se ha formado un consenso de los gobiernos europeos de consideración
problemática del estatuto de la inmigración extracomunitaria, a la cual en
tiempos recesivos como estos se le invita/obliga al retorno. Las medidas
gubernamentales de cierre de fronteras o de restricción de derechos (como
recientemente en relación a la tarjeta sanitaria para los sin papeles) componen un inquietante retroceso de las políticas
públicas.
No se observan tendencias de
incremento de la psicosis de la inmigración. El racismo cotidiano no parece
elevarse, aunque el racismo popular pueda extenderse en la medida que se
perciba al inmigrante como un competidor en el mercado laboral o un usurpador
en los servicios públicos de bienestar. Sin embargo, y por ahora, podemos
celebrar con Antonio Izquierdo que “el racismo siga enlatado en las encuestas”
(diario Público, 25-III-2011). Tampoco se aprecian tendencias de racismo
político (a excepción de algunos municipios concretos) o de aparición de
partidos xenófobos. Aunque estas tendencias no haya que descartarlas como
posibilidad futura, lo cierto es que las movilizaciones de protesta (tanto las
sindicales como las de los jóvenes del 15M) han discurrido por criterios de
fuerte inclusividad. Recientemente veíamos en una protesta por la erradicación
del transporte escolar en un colegio de una pedanía del campo murciano a madres
protestando tras una pancarta, y entre las que era visible la participación de
mujeres marroquíes. Esta protesta muestra que es posible “marchar juntos”
cuando defender los derechos sociales y los derechos humanos se trata.
Para terminar, nos preguntamos por las
estrategias o respuestas que están poniendo en marcha los y las trabajadores
inmigrantes para afrontar la actual crisis del trabajo.
Por un lado, los flujos migratorios se
están ajustando a la etapa de crisis, perdiendo en intensidad. En efecto, el
deterioro de la actividad económica está viniendo acompañado de un claro
descenso del flujo migratorio. El retraimiento que se viene constatando desde
al menos el año 2006, ha dado paso al escenario que nos muestra el padrón
Municipal de Habitantes de 2010 en el cual se observa que la población
inmigrante se ha estabilizado en número (5.730.000). Esta adaptación de la
intensidad del flujo a los movimientos de la economía pulverizan aquéllas
imágenes que construían los movimientos migratorios como fenómenos
desorganizados, caóticos, etc. Por otro lado, se aprecian movimientos de
desagrupación familiar, a través de los cuales retorna uno de los adultos de la
unidad doméstica (el que está en desempleo y tiene más dificultades de
encontrar trabajo) junto con los hijos. Es poco probable la tendencia hacia un
retorno generalizado, entre otras cosas por las restrictivas políticas de
inmigración. Igualmente se aprecia que los trabajadores inmigrantes estén
poniendo en marcha estrategias de pluriactividad ocupacional, tratando de
moverse entre el desempleo y uno o varios empleos informales, o compatibilizando
un empleo formal con empleos informales. Estas estrategias versátiles se
estarían agudizando mediante la movilización de todos los activos del núcleo
familiar. Todo esto realza la economía sumergida y las estrategias de
subsistencia en condiciones límite.
[1]
Y ello cuando la readecuación de las propiedades sociales (sea la escuela, o la
sanidad) a esta nueva población exigiría una mayor dotación presupuestaria para
poder asumir las nuevas necesidades planteadas. Según un informe de la Sociedad
Española de Medicina de Familia y Comunitaria, “la falta de tradición en la
asistencia sanitaria a personas de otros países, unido a la novedad del
fenómeno inmigratorio, condiciona una pobre adaptación del sistema sanitario a
esta situación, no existiendo una adecuada relación entre los recursos actuales
y el volumen de trabajo que requiere la atención a estos pacientes” (en
Malgesini, 2002).
[2]
A ello se suma el que la sociedad receptora puede imponer determinados cierres
étnicos que impiden o restringen el acceso de la población inmigrante a
determinados recursos sociales, como estaría ocurriendo en la doble red escolar
española respecto a las escuelas concertadas.
[3] E. Balibar y
Wallerstein (1991): Raza, nación y clase, IEPALA. El artículo de Francisco
Torres y Elena Gadea sobre el impacto de la crisis en la estructura
etnofragmentada del Campo de Cartagena es de mucho interés para entender los
perfiles del racismo de crisis. Torres y Gadea (2010): “Inserción laboral de
los inmigrantes. Estructura etnofragmentada y crisis económica. El caso del
Campo de Cartagena”, Sociología del Trabajo, nº 69, pp. 73-94.
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