lunes, 25 de marzo de 2013

¿QUÉ PUEDE DECIR UNA INVESTIGACIÓN SOBRE LA SOSTENIBILIDAD SOCIAL DE LOS ENCLAVES DE AGRICULTURA INTENSIVA DE LA ACTUAL CRISIS DE LAS REGIONES DEL SUR DE EUROPA?

Finca de producción de uva de mesa en Cieza (Región de Murcia):
una fábrica racional de producción vegetal.


1.     Sobre la solución exportadora y la “devaluación interna”:
En plena crisis de endedudamiento de los países del Sur de Europa, y con el desempleo de masas abriendo una inmensa fractura social, son muchos los analistas que consideran como salida a esta dramática situación la apuesta por un modelo exportador de desarrollo económico. La endeble competitividad de las economías periféricas europeas como la española, tal y como se argumentará desde la ortodoxia económica, se debe a los elevados costes laborales y la baja productividad del trabajo, por lo que, según este razonamiento, se requieren políticas de contención salarial y de austeridad del gasto público que desincentiven la demanda doméstica y por ende estimulen las exportaciones que dinamizarán de nuevo el tejido productivo y por tanto el empleo. Dado que el precio de los productos no se puede bajar por la vía de la devaluación monetaria (al carecer de control sobre la moneda dada la estructura del euro y del Banco Central europeo), la “devaluación doméstica” (es decir, la contención del gasto público y la bajada de salarios) es presentada como un nuevo consenso en los círculos económicos y políticos para salir de la crisis[i].
La investigación que realizamos sobre el sector agroexportador levantado en las regiones mediterráneas españolas nos permite plantear la reflexión sobre la validez social del modelo exportador y de la “devaluación doméstica” como soluciones a la situación de recesión que vive en estos momentos el Sur de Europa, y concretamente España. Por ejemplo, si observamos el complejo agroalimentario que ha conocido en la Región de Murcia un enorme desarrollo a lo largo de todo el siglo XX, comprobamos el proceso de extraversión experimentado a partir de la década de los 80 en los dos subsectores con mayor presencia en la Región de Murcia. Por un lado, la industria de conserva vegetal (de frutas y hortalizas), que tras el proceso de crisis experimentado a fines de los años 70, con cierre de numerosas empresas, solamente consiguieron superar tal recesión aquellas que impulsaron estrategias de internacionalización, bien estableciendo alianzas con el capital transnacional, bien siendo absorbidas por el mismo. Por otro lado, en la pujante agricultura de producción de hortalizas y frutas en fresco fue adquiriendo protagonismo la fase de confección del producto agrícola para su conversión en producto alimentario (realizada en los denominados “almacenes de manipulado”); transformación productiva que está estrechamente vinculada a la tendencia exportadora cada vez más presente en este subsector alimentario como estrategia de inculcación de mayor valor al producto agrícola, especialmente a partir de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (1986) y la constitución del Mercado Único Europeo (1993).
No es nuestro objetivo realizar una evaluación de las políticas de devaluación interna como estrategia de salida de la crisis, como tampoco vamos a entrar en una discusión acerca de la naturaleza política y económica de la crisis actual. Lo que queremos rescatar de ese debate sobre las políticas de devaluación interna es que propagan una estrategia de competitividad basada en las exportaciones, en la reducción de salarios y de costes laborales y, sobre todo, en un severo disciplinamiento de la población contribuyendo a construir una mano de obra vulnerable y segmentada sexual y étnicamente. Todas estas características, vamos a sostener, están en la base del desarrollo del sector agroexportador de la Región de Murcia desde hace décadas. En última instancia, la sostenibilidad en el tiempo del tipo de sociedad y de economía implícito en el sector agroexportador es muy cuestionable. Pensamos que abordar estas cuestiones puede ser interesante para pensar críticamente sobre qué quiere decirse cuando se presenta al modelo exportador de la economía como salida a la crisis.

2.     Sobre el desempleo de masas:
El nuevo consenso de la “devaluación doméstica” suele pensar la solución del desempleo liderada por el sector privado de la economía. Por ello, la función del sector público debe reducirse a propiciar las condiciones que estimulen el crecimiento del sector privado (bajar los impuestos, reducir los intereses bancarios) y por tanto la creación de empleo. Sin embargo, desde Marx a Kalecki, pasando por Keynes, sabemos que el desempleo o el pleno empleo es una cuestión eminentemente política. El que “en unos países haya más desempleo que en otros” (G. Therborn) depende del modelo de relaciones sociales, del modelo de desarrollo y, en definitiva, del tipo de políticas que han constituido un determinado territorio.
De nuevo el estudio del sector agroexportador arroja luz sobre esta controversia. Nuestro argumento es el siguiente: el tipo de relaciones sociales movilizado en la economía agroexportador para abaratar los costes laborales se ha sostenido sobre las desigualdades de género, etnia y ciudadanía, las cuales han posibilitado la creación y recreación constante en el tiempo (pero con perfiles diferenciados de composición social de la fuerza de trabajo) de un ejército de mano de obra en la reserva como requisito indispensable para disciplinar la relación salarial y para adaptar la organización social del trabajo a las discontinuidades temporales de un tipo de producción (como la alimentaria) que por mucho que haya avanzado en su industrialización sigue teniendo una composición biológica determinante y por tanto, una dependencia de los ritmos y temporalidades de la naturaleza. En las páginas que dedica Marx en El Capital a las cuadrillas agrícolas proletarizadas en la campiña británica podemos leer: “… el campo, pese a su constante “sobrepoblación relativa”, está a la vez subpoblado. Esto no sólo puede verse con carácter local en puntos donde la afluencia humana hacia las ciudades, minas, ferrocarriles en construcción, etc., se produce con demasiada rapidez, sino en todas partes, tanto durante la cosecha como en primavera o verano, en los muchos momentos en que la agricultura inglesa –muy esmerada e intensiva- requiere brazos extraordinarios. Siempre hay demasiados obreros agrícolas para las necesidades medias de la agricultura y demasiado pocos para las necesidades excepcionales o temporarias de la misma. De ahí que en los documentos oficiales se registren las quejas más contradictorias, procedentes de la misma localidad, respecto a la falta de trabajo y al exceso de trabajo; todo al mismo tiempo”[ii]. En esta cita de Marx se está incidiendo en una dinámica de funcionamiento estructural del sector agroalimentario que fundamenta su producción sobre el trabajo asalariado. Esa alternancia entre los momentos de escasez de mano de obra y de exceso de mano de obra determina una particular gestión del trabajo en las relaciones de producción que requiere de un ejército de reserva de mano de obra.
Este ejército de mano de obra disponible es una construcción política derivada de una determinada opción específica de desarrollo del capitalismo de la periferia europea (promovida históricamente por sus élites económicas y políticas). Esto explica que la eventualidad en las relaciones de trabajo haya sido un hecho constitutivo de los ciclos expansivos de las economías del Sur de Europa (en la Región de Murcia, por empleo, la tasa de eventualidad no descendió por debajo del 40% de la población ocupada en el periodo expansivo entre 1995 y 2005) y que en los ciclos recesivos (como el actual) en estas regiones de secular arraigo de las relaciones eventuales de empleo, el desempleo crezca muy rápidamente hasta alcanzar cifras dramáticas[iii].
En este contexto, efectivamente, plantean los antropólogos Gavin Smith y Susana Narotzky en un estudio sobre la economía política regional de una comarca del sureste español[iv], “la invención de situaciones de crisis y la estimulación de la inseguridad general se convirtieron en medios elementales de regulación social” (p. 23), y así mismo, las densas y extensas redes paternalistas e interpersonales hicieron de la reciprocidad un factor de regulación: “A lo largo del tiempo, los derechos laborales, que se extendían hacia fuera desde la familia inmediata a la familia ampliada, los vecinos, los miembros de la comunidad, etc., se convirtieron en un componente institucionalizado de la vida diaria. Además, estos complejos conjuntos de vínculos también sirvieron para compensar la inestabilidad regional producida en parte por el clima impredecible y en parte por los ciclos comerciales, pero sobre todo por el carácter cambiante de las propias empresas” (p. 22).

Sin ramblas, sin montes y sin vegetación: fabricando el territorio para los cultivos de fruta y uva de mesa en el campo de Cieza (Región de Murcia).

3.     Sobre la construcción de alternativas:
La especialización de territorios en la producción agroexportadora intensiva conlleva intensísimos procesos de racionalización según una lógica de cálculo económico precisa y regular implícita en la implementación de un determinado sistema sociotécnico. En la Región de Murcia, por ejemplo, la reconversión varietal que está teniendo lugar en la última década hacia las exitosas variedades de la uva de mesa sin piñones es al mismo tiempo una reconversión social sobre la base de un progresivo proceso de concentración/centralización de capital. Este proceso no siendo realmente novedoso, sin embargo, se ha acelerado notablemente en las zonas del frutal de hueso y de la uva de mesa con la entrada de nuevas variedades. De tal forma que la gran empresa se erige como actor productivo prácticamente en exclusiva del territorio, lo que conlleva un empobrecimiento en términos de pérdida de la diversidad socioproductiva. Esto supone una limitación de las opciones de desarrollo. Por ejemplo, la estrategia que se está poniendo en marcha en Andalucía de apuesta por la pequeña producción agrícola orientada hacia el mercado local y el alimento de calidad[v], seguramente es inviable en aquellos territorios como los estudiados en ENCLAVES debido a la pérdida de sociodiversidad productiva derivada de la instauración de una determinada norma racional de competividad.



[i] Para una presentación de este “nuevo consenso”, véase los artículos periodísticos del Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona en el diario especializado Cinco Días (http://www.cincodias.com/columna/Josep-Oliver-Alonso/62/). Para una argumentación crítica del “nuevo consenso”, véase los textos del también Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, el profesor Vicenç Navarro (http://www.vnavarro.org/).

[ii] En K. Marx, El Capital, Siglo XXI Editores de España, Madrid, 1980/e.o. 1867, pp. 867-868.

[iii] Según Eurostat, las regiones españolas de Canarias, Andalucía, Ceuta, Melilla, Murcia, Comunidad Valenciana, Extremadura y Castilla La Mancha, y los departamentos franceses de ultramar de Reunión, Guadalupe, Guayana y Martinica registraron en 2010 los mayores niveles de desempleo de toda la UE. En concreto, el departamento francés de ultramar de Reunión registró la mayor tasa de paro, con un 28,9%, seguido de las regiones españolas de Canarias (28,7%), Andalucía (28%) y Ceuta (24,1%), mientras que Melilla (23,7%), Murcia (23,4%), Comunidad Valenciana (23,3%) y Extremadura (23%) ocuparon de la sexta a la novena posición, y Castilla La Mancha (21%) compartió el décimo lugar con las francesas Guayana y Martinica.

[iv] Narotzky y Smith (2010): Luchas inmediatas. Gente, poder y espacio en la España rural, Publicaciones Universitat de Valencia.
[v] Según podemos leer en las Crónicas andaluzas publicadas en Rebelión por Manuel Rodríguez Guillen: “el Consejero de Turismo y Comercio, Rafael Rodríguez, ha puesto en marcha un Canal Público de Comercialización de los Productos Agrarios Andaluces. Esta iniciativa, que apuesta de manera clara y nítida por la economía productiva en Andalucía, evitará la concentración progresiva de las tierras ya que los pequeños campesinos obtendrán precios justos por sus productos. “Luchamos contra el dumping comercial de las grandes multinacionales de la alimentación que colocan productos extranjeros a precio de risa en nuestra tierra con el objetivo de acabar con nuestra agricultura y tener luego vía libre para monopolizar el sector” declaró el Consejero que apostó por una campaña en Canal Sur de concienciación para que la gente comprenda que la soberanía alimentaria es hoy por hoy una medida capaz de sacar a Andalucía del desierto industrial a la que está sometida.
“Apostamos con esta medida y con otras similares por el desarrollo de Andalucía y desde luego no vamos a permanecer impasibles viendo el sufrimiento de la gente, si en Andalucía no hay empresarios que arriesguen en la industria agroalimentaria seremos nosotros desde la Junta de Andalucía los que impulsemos con empresas públicas y mixtas la agroindustria y la industria de la ganadería y la pesca que hoy por hoy puede crear miles de puestos de trabajo a muy corto plazo solamente para atender el comercio interior andaluz”. “No necesitamos exportar para impulsar la agroindustria ya que somos casi nueve millones de personas las que actualmente nos alimentamos de productos que en su mayor parte no se cultivan ni se transforman en Andalucía y es la base de un mercado que mueve más de nueve mil millones de euros al año” ha asegurado el consejero”(en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=165423).


lunes, 4 de marzo de 2013

DIARIO DE CAMPO REGIÓN DE MURCIA (1). VISITA ETNOGRÁFICA A ABARÁN: DE TERTULIA CASUAL EN EL BAR “EL CONGRESO” O DE CÓMO LA REALIZACIÓN DE ENTREVISTAS ES UN PROCESO SOCIAL


Alvin W. Gouldner y Maurice R. Stein (1954) en sus “procedimientos en el trabajo de campo” en su conocida investigación sobre la empresa minera que sustenta empíricamente el libro sobre los modelos de la burocracia industrial (véase traducción en revista Sociología del Trabajo, nº 71, 2010) escriben algo que empezamos a suscribir plenamente en nuestro trabajo de campo entre las mujeres de los almacenes agrícolas de Abarán: “En todo momento fuimos conscientes de que conseguir entrevistados era un proceso social, que tenía lugar en un marco social que podía perjudicarnos o ayudarnos” (p. 152). En esta nota del Diario de Campo se van explicitando las condiciones sociales de posibilidad de las entrevistas de nuestro trabajo de campo que conviene tener presentes reflexivamente…

“Buenas tardes” –dice Toni mientras sube al coche. “Qué calor, ¿no?” –responde Elena a modo de saludo. Son las cuatro de la tarde y, a pesar de estar a finales de enero, el termómetro marca 27 grados. Nos dirigimos a Abarán, donde tenemos previsto encontrarnos con Pura[1], la que será nuestra primera trabajadora de almacén entrevistada. La campaña de uva de mesa terminó en Navidad y solamente en estas fechas post-trabajo disponen estas mujeres de tiempo para atendernos. Pura está a punto de cumplir sesenta años y nos interesa hablar con ella porque lleva toda la vida trabajando en la agricultura, principalmente en un almacén de manipulado, lo que la convierte en una informante atrayente con la que aprender sobre los cambios en los procesos productivos, en la organización del trabajo, en las condiciones laborales, en las estrategias familiares... 
Durante la media de hora de camino en coche, hablamos sobre el modo de enfocar la entrevista y acordamos hacerla de una manera muy abierta, porque probablemente Pura sea una buena candidata para un relato de vida y nos interesa tener ahora una panorámica general de su trayectoria laboral. También comentamos que, en nuestras conversaciones para concertar la entrevista, Pura siempre se ha mostrado muy dispuesta, no así su marido que parece desconfiar de nosotros… pero es sólo una impresión. Cuando llegamos a Abarán tenemos ciertas dificultades para encontrar la dirección a la que nos dirigimos, debido en parte a nuestro desconocimiento del municipio y, en parte, a la compleja trama urbana del pueblo, que parece haber crecido de manera anárquica.
Pidiendo orientación a los pocos vecinos que encontramos por la calle y con el GPS del teléfono móvil en la mano debemos resultar, cuando menos, una pareja peculiar. Por fin conseguimos llegar a la calle que buscamos y, tras aparcar el coche, llamamos por teléfono a nuestra informante, ya que no nos ha facilitado el número exacto de su vivienda.
-        Hola, buenas tardes, ¿Pura? – pregunto a su marido, que es quién contesta al teléfono.
-        No está, se ha ido a la peluquería con la nieta.
-        Es que… había quedado con ella – repongo con voz lastimosa.
-        Pues se habrá olvidado de que había quedado con usted, vuelva a llamar dentro de dos horas a ver si ha vuelto, adiós.

Primer plantón del trabajo de campo (y primer aprendizaje sobre las condiciones sociales de posibilidad del trabajo de campo): la sensación de que el marido de Pura no quiere que hable con nosotros. Reflexionamos sobre cómo en un pueblo donde todo gira en torno al almacén (no a los almacenes, sino a “el almacén”), es muy probable que encontremos reticencias por parte de los trabajadores a la hora de hablar con alguien que viene de fuera, de la Universidad, para preguntar por unas condiciones laborales que ellos saben plagadas de irregularidades. De hecho, en una de las conversaciones con Pura para concertar la entrevista ella me comenta “treinta años llevo en el almacén, lo mejor que me ha pasado en la vida”… parece querer fijar, con esta frase, los límites del discurso.
Decidimos buscar el bar donde hemos quedado para hacer entrevistas dos días más tarde.  Al llegar nos sentamos en la terraza, techada con una lona de plástico, en la que hay seis mesas ocupadas principalmente por gente joven, algunas por estudiantes que discuten sobre sus exámenes de alguna carrera relacionada con la economía. Mientras tomamos un café, haciendo tiempo para volver a llamar a Pura, llegan a la terraza un grupo de mujeres, todas ellas con una carpeta amarilla bajo el brazo.

Cuando ya nos disponíamos a marcharnos, nuestras vecinas sostienen una conversación sobre sus trabajos en los almacenes agrícolas, sobre quién ha trabajado más, sobre quién lo necesita más… Salvando la sensación de apuro, y dispuestos a no perder por completo la tarde, nos acercamos a la mesa. Les pedimos disculpas por interrumpirlas, por haber escuchado su conversación sin querer y les comentamos que somos investigadores de la Universidad de Murcia y que, precisamente, estamos estudiando sobre el trabajo agrícola en la zona. Se hace un silencio, las mujeres intercambian miradas rápidas entre sí. Le entregamos una tarjeta de visita a la más cercana a nosotros, la más locuaz, que coge la tarjeta y nos mira de arriba abajo, con una media sonrisa difícil de interpretar. “¿En el trabajo? –habla al fin– hemos retrocedido 30 años”. Ante tan contundente afirmación les preguntamos por qué aseguran que sus condiciones de trabajo han empeorado tanto. Tras unos minutos de breves comentarios, nos invitan a sentarnos y estamos hablando con ellas durante unos 45 minutos.
Las cinco mujeres reunidas rondan la cincuentena, las dos sentadas más cerca de nosotros son las más dispuestas a hablar, a veces en una sola conversación,  pero la mayor parte del tiempo en varias conversaciones que se solapaban, las otras tres mujeres fuman sin parar, interviniendo muy de vez en cuando. Nos cuentan que son trabajadoras de almacén, que han terminado la campaña de la uva en Navidad y que ahora están haciendo un curso de formación en una academia cercana porque “cuando no estamos trabajando nos formamos”. Eso es desde enero a finales de abril o comienzos de mayo, cuando no hay trabajo en la fruta ni en la uva.  Están haciendo un curso de ocio y tiempo libre para personas mayores, “así podré entretener a mi madre”, nos dice con cierta ironía una de las mujeres, que más tarde nos comenta que está cuidando de su madre, a la que han reconocido una ayuda por dependencia… inevitable pensar en Mingione y en la importancia que tienen las prestaciones públicas en la “agrupación de ingresos” de los hogares y, por tanto, en sus estrategias de supervivencia, sobre todo cuando los salarios no llegan todos los meses.

En relación al trabajo, aseguran que ahora hay menos porque han cerrado muchos almacenes y cooperativas, hacen un repaso de ellos, enumerándolos, hasta concluir que serían alrededor de unos veinte. Se trata de un dato importante, que habrá que contrastar en la investigación y que podría estar indicando un proceso de concentración y centralización de capital en las empresas más potentes del sector. Respecto a las condiciones de trabajo, nos dicen que han empeorado, que han perdido derechos, que ahora las han cambiado al régimen especial agrario y que se tienen que “pagar el sello”. Esta última información no coincide con lo que nosotros conocemos de la actual legislación. “¿Pero en Frutas Esther?” –preguntamos para saber si hablan de una empresa o de una cooperativa. La mujer se tensa, mira a izquierda y derecha para ver quién puede estar escuchándola y baja la voz: “sí, en Frutas Esther”. 

Las mujeres se quejan de la competencia que suponen para ellas tanto las trabajadoras inmigrantes como “las viejas”. Entramos aquí en un discurso con el que las mujeres fijan su posición, y sus avales, aludiendo a la cualificación laboral y el rendimiento en el trabajo, pero que moviliza, en última instancia, diferenciaciones étnicas y de edad.
Frente a las trabajadores migrantes, nos plantean, ellas realizan el trabajo con  más calidad y más rápido, son más cuidadosas a la hora de limpiar la uva y de colocarla en las cajitas. Limpieza y primor en un trabajo que conocen bien porque lo han hecho toda su vida. Un discurso de virtudes femeninas y cualificaciones tácitas, como nos recuerda Susana Narotzky al hablar del trabajo como ayuda, pero que ahora adopta el lenguaje del reconocimiento profesional: el trabajo en el almacén no es para ellas un trabajo que pueda hacer cualquiera, ni que se pueda hacer de cualquier manera y, en consecuencia, debería tener una remuneración acorde con sus habilidades. Como las trabajadoras migrantes no poseen esas cualidades, nos dicen, reducen sus salarios para poder competir en el trabajo, una competencia que ellas entienden como desleal y que degrada las condiciones de trabajo y el estatus de todas. Recordando algunas reflexiones recientes sobre la acción sindical en el sistema agroalimentario, podríamos plantear que este discurso representa una demanda de reconocimiento de las cualificaciones laborales como forma de contener las estrategias empresariales de movilización de un ejército de reserva que, en este territorio, tiene rostro no sólo femenino, sino también extranjero.

Frente a las trabajadoras “viejas”,  argumentan, ellas pueden mantener un ritmo de trabajo superior con la misma calidad. “Las viejas” son las mujeres que llevan más tiempo trabajando en el almacén, las primeras en ser llamadas y las últimas en abandonar el almacén, las que trabajan más días de campaña, porque son fijas-discontinuas;  en un trabajo estacional como el del manipulado de la fruta fresca, trabajar más o menos días no es una cuestión banal.
En estas apreciaciones se evidencian estrategias weberianas de cierre social (respecto a las trabajadoras inmigrantes) y de usurpación social (respecto a los “privilegios” que ostentan “las viejas” por su mayor antigüedad en la empresa) construidas sobre la movilización de diferenciaciones de edad, pertenencia etno-nacional y cualificaciones productivas.
Al volver sobre la degradación de las condiciones de trabajo, sobre todo con la crisis económica que ha puesto a la orden del día el “lo tomas o lo dejas” y el “es lo que hay”, nuestras interlocutoras nos hablan de su participación en las importantes luchas y huelgas de finales de los 80 y comienzos de los 90, en las que consiguieron mejorar sus salarios, sus condiciones de trabajo, el reconocimiento de las horas extras, la contratación como “fijo discontinuo” etc. Una de ellas, que fue subdelegada de UGT, nos relataba cómo reclamó recientemente los atrasos que le debía la empresa acompañada de un enlace sindical.
Para completar este puzle deslavazado nos dibujan, a grandes trazos, sus mapas familiares: madres y padres que cuidar, hijos que no tienen trabajo con 26 y 28 años y que permanecen en el hogar paterno, sin posibilidades de emanciparse. Una de ellas, con una hija en la universidad cursando un master, nos pregunta “¿tiene mi hija que dejar de estudiar ahora porque a mí no me den trabajo ahora?”. Estrategias de movilidad social truncadas por la crisis, pero también por un territorio que no parece ofrecer más opciones laborales que las del almacén.

Sus maridos no ganan más de 1000 euros. Algunos trabajan como escardadores en competencia de nuevo con migrantes que, afirman, cobran menos y hacen peor el trabajo. Otros se ocuparon en la construcción, pero desde el comienzo de la crisis de 2008, andan combinando trabajos para obtener una renta mensual decente. En los años de bonanza, incluso algunas de ellas abandonaron el trabajo en el almacén para trabajar en otros sectores o para dedicarse al trabajo doméstico, estrategias que implicaron renunciar a la antigüedad en el trabajo agrícola y que ahora las colocan en una posición menos favorable en su retorno al sector.
Ante un grupo de mujeres tan interesante, con un conocimiento y experiencias tan importantes de la realidad laboral y social del almacén de manipulado, intentamos establecer una forma de mantener el contacto para futuras entrevistas, en las que profundizar en los temas que, de una forma un tanto caótica, habíamos estado abordando. De nuevo las miradas rápidas, los silencios, la reticencia a darnos sus números de teléfono; de nuevo nuestra explicación de quiénes somos, de qué buscamos…  “Lo que nos digáis es confidencial, nosotros garantizamos el anonimato” –explicamos en un último intento desesperado por conseguir sus contactos. “Claro, es que si no te puedes meter en un lío” –dice la mujer que cuida de su madre. “Ya os llamamos nosotras” –dice la que cogió la tarjeta, guardándola en su bolso y zanjando así el asunto. Sólo una de ellas accede a facilitarnos su teléfono.

Satisfechos por el giro que ha tomado nuestra visita a Abarán regresamos al coche y llamamos de nuevo a Pura. “Todavía no ha vuelto de la peluquería”, nos dice el marido y cuelga el teléfono. Estamos en su calle pero no sabemos cuál es la casa, bromeamos con que el hombre está escondido detrás de unos visillos, espiando nuestros movimientos… bromeamos, pero la sensación es ésa. En el viaje de vuelta a Murcia comentamos lo interesante del encuentro y coincidimos, de nuevo, en las reticencias, incluso miedo latente, que se respiraba en algunos momentos de la conversación. Una de las mujeres nos había preguntado “¿Una entrevista dónde?, ¿en mi casa?, ¿en el bar?”… no nos conocen, no se fían de llevarnos a sus casas… pero tampoco quieren hablar de estas cuestiones en un sitio público, expuestas a oídos y miradas en un pueblo donde todos se conocen. Quizá deberíamos buscar un lugar donde ellas se sientan más cómodas, un espacio en el centro social, en alguna dependencia del ayuntamiento… habrá que pensarlo, no hay espacios neutros. La tarde nos ha enseñado que no será fácil ganarse la confianza de estas mujeres, hacerles hablar, pero seguro que será una tarea interesante. 


[1] Los nombres de las personas contactadas o entrevistadas son ficticios, con el fin de garantizar su anonimato.