Finca de producción de uva de mesa en Cieza
(Región de Murcia): una fábrica racional de producción vegetal.
1.
Sobre
la solución exportadora y la “devaluación interna”:
En
plena crisis de endedudamiento de los países del Sur de Europa, y con el
desempleo de masas abriendo una inmensa fractura social, son muchos los
analistas que consideran como salida a esta dramática situación la apuesta por
un modelo exportador de desarrollo económico. La endeble competitividad de las
economías periféricas europeas como la española, tal y como se argumentará
desde la ortodoxia económica, se debe a los elevados costes laborales y la baja
productividad del trabajo, por lo que, según este razonamiento, se requieren
políticas de contención salarial y de austeridad del gasto público que
desincentiven la demanda doméstica y por ende estimulen las exportaciones que
dinamizarán de nuevo el tejido productivo y por tanto el empleo. Dado que el
precio de los productos no se puede bajar por la vía de la devaluación
monetaria (al carecer de control sobre la moneda dada la estructura del euro y
del Banco Central europeo), la “devaluación doméstica” (es decir, la contención
del gasto público y la bajada de salarios) es presentada como un nuevo consenso
en los círculos económicos y políticos para salir de la crisis[i].
La
investigación que realizamos sobre el sector agroexportador levantado en las
regiones mediterráneas españolas nos permite plantear la reflexión sobre la
validez social del modelo exportador y de la “devaluación doméstica” como
soluciones a la situación de recesión que vive en estos momentos el Sur de
Europa, y concretamente España. Por ejemplo, si observamos el complejo
agroalimentario que ha conocido en la Región de Murcia un enorme desarrollo a
lo largo de todo el siglo XX, comprobamos el proceso de extraversión
experimentado a partir de la década de los 80 en los dos subsectores con mayor
presencia en la Región de Murcia. Por un lado, la industria de conserva vegetal
(de frutas y hortalizas), que tras el proceso de crisis experimentado a fines
de los años 70, con cierre de numerosas empresas, solamente consiguieron
superar tal recesión aquellas que impulsaron estrategias de
internacionalización, bien estableciendo alianzas con el capital transnacional,
bien siendo absorbidas por el mismo. Por otro lado, en la pujante agricultura
de producción de hortalizas y frutas en fresco fue adquiriendo protagonismo la
fase de confección del producto agrícola para su conversión en producto
alimentario (realizada en los denominados “almacenes de manipulado”);
transformación productiva que está estrechamente vinculada a la tendencia
exportadora cada vez más presente en este subsector alimentario como estrategia
de inculcación de mayor valor al producto agrícola, especialmente a partir de
la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (1986) y la constitución
del Mercado Único Europeo (1993).
No
es nuestro objetivo realizar una
evaluación de las políticas de devaluación interna como
estrategia de salida de la crisis, como tampoco vamos
a entrar en una discusión
acerca de la naturaleza política y económica de la crisis actual. Lo que
queremos rescatar de ese debate sobre las políticas de devaluación interna es que propagan una
estrategia de competitividad
basada en las exportaciones, en la reducción de salarios y
de costes laborales y, sobre todo, en un severo
disciplinamiento de la población
contribuyendo a construir una mano de obra vulnerable y segmentada
sexual y étnicamente. Todas estas características,
vamos a sostener, están en la base del desarrollo del sector agroexportador de
la Región de Murcia desde hace décadas.
En
última instancia, la sostenibilidad en el tiempo del tipo de sociedad y de
economía implícito en el sector agroexportador es muy cuestionable. Pensamos
que abordar estas cuestiones puede ser interesante para pensar críticamente
sobre qué quiere decirse cuando se presenta al modelo exportador de la economía
como salida a la crisis.
2.
Sobre
el desempleo de masas:
El
nuevo consenso de la “devaluación doméstica” suele pensar la solución del
desempleo liderada por el sector privado de la economía. Por ello, la función
del sector público debe reducirse a propiciar las condiciones que estimulen el
crecimiento del sector privado (bajar los impuestos, reducir los intereses
bancarios) y por tanto la creación de empleo. Sin embargo, desde Marx a
Kalecki, pasando por Keynes, sabemos que el desempleo o el pleno empleo es una
cuestión eminentemente política. El que “en unos países haya más desempleo que
en otros” (G. Therborn) depende del modelo de relaciones sociales, del modelo
de desarrollo y, en definitiva, del tipo de políticas que han constituido un
determinado territorio.
De
nuevo el estudio del sector agroexportador arroja luz sobre esta controversia.
Nuestro argumento es el siguiente: el tipo de relaciones sociales movilizado en
la economía agroexportador para abaratar los costes laborales se ha sostenido
sobre las desigualdades de género, etnia y ciudadanía, las cuales han
posibilitado la creación y recreación constante en el tiempo (pero con perfiles
diferenciados de composición social de la fuerza de trabajo) de un ejército de mano de obra en la reserva
como requisito indispensable para disciplinar la relación salarial y para
adaptar la organización social del trabajo a las discontinuidades temporales de
un tipo de producción (como la alimentaria) que por mucho que haya avanzado en
su industrialización sigue teniendo una composición biológica determinante y
por tanto, una dependencia de los ritmos y temporalidades de la naturaleza. En
las páginas que dedica Marx en El Capital a las cuadrillas agrícolas
proletarizadas en la campiña británica podemos leer: “… el campo, pese a su
constante “sobrepoblación relativa”, está a la vez subpoblado. Esto no sólo
puede verse con carácter local en puntos donde la afluencia humana hacia las
ciudades, minas, ferrocarriles en construcción, etc., se produce con demasiada
rapidez, sino en todas partes, tanto durante la cosecha como en primavera o
verano, en los muchos momentos en que la agricultura inglesa –muy esmerada e
intensiva- requiere brazos extraordinarios. Siempre hay demasiados obreros
agrícolas para las necesidades medias de la agricultura y demasiado pocos para
las necesidades excepcionales o temporarias de la misma. De ahí que en los
documentos oficiales se registren las quejas más contradictorias, procedentes
de la misma localidad, respecto a la falta de trabajo y al exceso de trabajo;
todo al mismo tiempo”[ii]. En
esta cita de Marx se está incidiendo en una dinámica de funcionamiento
estructural del sector agroalimentario que fundamenta su producción sobre el
trabajo asalariado. Esa alternancia entre los momentos de escasez de mano de
obra y de exceso de mano de obra determina una particular gestión del trabajo
en las relaciones de producción que requiere de un ejército de reserva de mano
de obra.
Este
ejército de mano de obra disponible es una construcción política derivada de
una determinada opción específica de desarrollo del capitalismo de la periferia
europea (promovida históricamente por sus élites económicas y políticas). Esto
explica que la eventualidad en las relaciones de trabajo haya sido un hecho
constitutivo de los ciclos expansivos de las economías del Sur de Europa (en la
Región de Murcia, por empleo, la tasa de eventualidad no descendió por debajo
del 40% de la población ocupada en el periodo expansivo entre 1995 y 2005) y
que en los ciclos recesivos (como el actual) en estas regiones de secular
arraigo de las relaciones eventuales de empleo, el desempleo crezca muy
rápidamente hasta alcanzar cifras dramáticas[iii].
En
este contexto, efectivamente, plantean los antropólogos Gavin Smith y Susana
Narotzky en un estudio sobre la economía política regional de una comarca del
sureste español[iv],
“la invención de situaciones de crisis y la estimulación de la inseguridad general
se convirtieron en medios elementales de regulación social” (p. 23), y así
mismo, las densas y extensas redes paternalistas e interpersonales hicieron de
la reciprocidad un factor de regulación: “A lo largo del tiempo, los derechos
laborales, que se extendían hacia fuera desde la familia inmediata a la familia
ampliada, los vecinos, los miembros de la comunidad, etc., se convirtieron en
un componente institucionalizado de la vida diaria. Además, estos complejos
conjuntos de vínculos también sirvieron para compensar la inestabilidad
regional producida en parte por el clima impredecible y en parte por los ciclos
comerciales, pero sobre todo por el carácter cambiante de las propias empresas”
(p. 22).
Sin ramblas, sin montes y sin vegetación:
fabricando el territorio para los cultivos de fruta y uva de mesa en el campo
de Cieza (Región de Murcia).
3.
Sobre
la construcción de alternativas:
La
especialización de territorios en la producción agroexportadora intensiva
conlleva intensísimos procesos de racionalización según una lógica de cálculo
económico precisa y regular implícita en la implementación de un determinado
sistema sociotécnico. En la Región de Murcia, por ejemplo, la reconversión
varietal que está teniendo lugar en la última década hacia las exitosas
variedades de la uva de mesa sin piñones es al mismo tiempo una reconversión
social sobre la base de un progresivo proceso de concentración/centralización
de capital. Este proceso no siendo realmente novedoso, sin embargo, se ha
acelerado notablemente en las zonas del frutal de hueso y de la uva de mesa con
la entrada de nuevas variedades. De tal forma que la gran empresa se erige como
actor productivo prácticamente en exclusiva del territorio, lo que conlleva un
empobrecimiento en términos de pérdida de la diversidad socioproductiva. Esto
supone una limitación de las opciones de desarrollo. Por ejemplo, la estrategia
que se está poniendo en marcha en Andalucía de apuesta por la pequeña
producción agrícola orientada hacia el mercado local y el alimento de calidad[v],
seguramente es inviable en aquellos territorios como los estudiados en ENCLAVES
debido a la pérdida de sociodiversidad productiva derivada de la instauración
de una determinada norma racional de
competividad.
[i] Para una presentación de este
“nuevo consenso”, véase los artículos periodísticos del Catedrático de Economía
de la Universidad de Barcelona en el diario especializado Cinco Días (http://www.cincodias.com/columna/Josep-Oliver-Alonso/62/).
Para una argumentación crítica del “nuevo consenso”, véase los textos del
también Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, el profesor Vicenç
Navarro (http://www.vnavarro.org/).
[ii] En K. Marx, El Capital, Siglo XXI Editores de
España, Madrid, 1980/e.o. 1867, pp. 867-868.
[iii] Según Eurostat, las regiones
españolas de Canarias, Andalucía, Ceuta, Melilla, Murcia, Comunidad Valenciana,
Extremadura y Castilla La Mancha, y los departamentos franceses de ultramar de
Reunión, Guadalupe, Guayana y Martinica registraron en 2010 los mayores niveles
de desempleo de toda la UE. En concreto, el departamento francés de ultramar de
Reunión registró la mayor tasa de paro, con un 28,9%, seguido de las regiones
españolas de Canarias (28,7%), Andalucía (28%) y Ceuta (24,1%), mientras que
Melilla (23,7%), Murcia (23,4%), Comunidad Valenciana (23,3%) y Extremadura
(23%) ocuparon de la sexta a la novena posición, y Castilla La Mancha (21%)
compartió el décimo lugar con las francesas Guayana y Martinica.
[iv] Narotzky y Smith (2010): Luchas inmediatas. Gente, poder y espacio en
la España rural, Publicaciones Universitat de Valencia.
[v] Según podemos
leer en las Crónicas andaluzas publicadas en Rebelión por Manuel Rodríguez
Guillen: “el Consejero de Turismo y Comercio, Rafael Rodríguez, ha puesto en
marcha un Canal Público de Comercialización de los Productos Agrarios
Andaluces. Esta iniciativa, que apuesta de manera clara y nítida por la
economía productiva en Andalucía, evitará la concentración progresiva de las
tierras ya que los pequeños campesinos obtendrán precios justos por sus
productos. “Luchamos contra el dumping comercial de las grandes multinacionales
de la alimentación que colocan productos extranjeros a precio de risa en
nuestra tierra con el objetivo de acabar con nuestra agricultura y tener luego
vía libre para monopolizar el sector” declaró el Consejero que apostó por una
campaña en Canal Sur de concienciación para que la gente comprenda que la soberanía
alimentaria es hoy por hoy una medida capaz de sacar a Andalucía del
desierto industrial a la que está sometida.
“Apostamos con esta medida y con otras similares por el desarrollo de Andalucía y desde luego no vamos a permanecer impasibles viendo el sufrimiento de la gente, si en Andalucía no hay empresarios que arriesguen en la industria agroalimentaria seremos nosotros desde la Junta de Andalucía los que impulsemos con empresas públicas y mixtas la agroindustria y la industria de la ganadería y la pesca que hoy por hoy puede crear miles de puestos de trabajo a muy corto plazo solamente para atender el comercio interior andaluz”. “No necesitamos exportar para impulsar la agroindustria ya que somos casi nueve millones de personas las que actualmente nos alimentamos de productos que en su mayor parte no se cultivan ni se transforman en Andalucía y es la base de un mercado que mueve más de nueve mil millones de euros al año” ha asegurado el consejero”(en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=165423). |
Este blog es el medio de expresión del proyecto I+D+i CSO2011-28511 que investiga las consecuencias sociales que las nuevas formas de producción agrícola intensiva generan en las áreas rurales, analizando estos nuevos enclaves productivos y sus problemas de sostenibilidad social distintos de los que tradicionalmente han afectado a los espacios rurales. Observaremos estas tendencias en distintos enclaves a escala global: Murcia, Alicante, Almería y México
lunes, 25 de marzo de 2013
¿QUÉ PUEDE DECIR UNA INVESTIGACIÓN SOBRE LA SOSTENIBILIDAD SOCIAL DE LOS ENCLAVES DE AGRICULTURA INTENSIVA DE LA ACTUAL CRISIS DE LAS REGIONES DEL SUR DE EUROPA?
lunes, 4 de marzo de 2013
DIARIO DE CAMPO REGIÓN DE MURCIA (1). VISITA ETNOGRÁFICA A ABARÁN: DE TERTULIA CASUAL EN EL BAR “EL CONGRESO” O DE CÓMO LA REALIZACIÓN DE ENTREVISTAS ES UN PROCESO SOCIAL
Alvin W. Gouldner y Maurice R.
Stein (1954) en sus “procedimientos en el trabajo de campo” en su conocida
investigación sobre la empresa minera que sustenta empíricamente el libro sobre
los modelos de la burocracia industrial (véase traducción en revista Sociología
del Trabajo, nº 71, 2010) escriben algo que empezamos a suscribir plenamente en
nuestro trabajo de campo entre las mujeres de los almacenes agrícolas de
Abarán: “En todo momento fuimos conscientes de que conseguir entrevistados era
un proceso social, que tenía lugar en un marco social que podía perjudicarnos o
ayudarnos” (p. 152). En esta nota del Diario de Campo se van explicitando las
condiciones sociales de posibilidad de las entrevistas de nuestro trabajo de
campo que conviene tener presentes reflexivamente…
“Buenas tardes” –dice Toni
mientras sube al coche. “Qué calor, ¿no?” –responde Elena a modo de saludo. Son
las cuatro de la tarde y, a pesar de estar a finales de enero, el termómetro
marca 27 grados. Nos dirigimos a Abarán, donde tenemos previsto encontrarnos
con Pura[1],
la que será nuestra primera trabajadora de almacén entrevistada. La campaña de
uva de mesa terminó en Navidad y solamente en estas fechas post-trabajo
disponen estas mujeres de tiempo para atendernos. Pura está a punto de cumplir
sesenta años y nos interesa hablar con ella porque lleva toda la vida trabajando
en la agricultura, principalmente en un almacén de manipulado, lo que la
convierte en una informante atrayente con la que aprender sobre los cambios en
los procesos productivos, en la organización del trabajo, en las condiciones
laborales, en las estrategias familiares...
Durante la media de hora de
camino en coche, hablamos sobre el modo de enfocar la entrevista y acordamos
hacerla de una manera muy abierta, porque probablemente Pura sea una buena
candidata para un relato de vida y nos interesa tener ahora una panorámica
general de su trayectoria laboral. También comentamos que, en nuestras
conversaciones para concertar la entrevista, Pura siempre se ha mostrado muy
dispuesta, no así su marido que parece desconfiar de nosotros… pero es sólo una
impresión. Cuando llegamos a Abarán tenemos ciertas dificultades para encontrar
la dirección a la que nos dirigimos, debido en parte a nuestro desconocimiento
del municipio y, en parte, a la compleja trama urbana del pueblo, que parece
haber crecido de manera anárquica.
Pidiendo orientación a los pocos
vecinos que encontramos por la calle y con el GPS del teléfono móvil en la mano
debemos resultar, cuando menos, una pareja peculiar. Por fin conseguimos llegar
a la calle que buscamos y, tras aparcar el coche, llamamos por teléfono a
nuestra informante, ya que no nos ha facilitado el número exacto de su
vivienda.
-
Hola, buenas tardes, ¿Pura? – pregunto a su
marido, que es quién contesta al teléfono.
-
No está, se ha ido a la peluquería con la nieta.
-
Es que… había quedado con ella – repongo con voz
lastimosa.
-
Pues se habrá olvidado de que había quedado con
usted, vuelva a llamar dentro de dos horas a ver si ha vuelto, adiós.
Primer plantón del trabajo de
campo (y primer aprendizaje sobre las condiciones sociales de posibilidad del
trabajo de campo): la sensación de que el marido de Pura no quiere que hable
con nosotros. Reflexionamos sobre cómo en un pueblo donde todo gira en torno al
almacén (no a los almacenes, sino a “el almacén”), es muy probable que
encontremos reticencias por parte de los trabajadores a la hora de hablar con
alguien que viene de fuera, de la Universidad, para preguntar por unas
condiciones laborales que ellos saben plagadas de irregularidades. De hecho, en
una de las conversaciones con Pura para concertar la entrevista ella me comenta
“treinta años llevo en el almacén, lo mejor que me ha pasado en la vida”…
parece querer fijar, con esta frase, los límites del discurso.
Decidimos buscar el bar donde
hemos quedado para hacer entrevistas dos días más tarde. Al llegar nos sentamos en la terraza, techada
con una lona de plástico, en la que hay seis mesas ocupadas principalmente por gente
joven, algunas por estudiantes que discuten sobre sus exámenes de alguna carrera
relacionada con la economía. Mientras tomamos un café, haciendo tiempo para
volver a llamar a Pura, llegan a la terraza un grupo de mujeres, todas ellas con
una carpeta amarilla bajo el brazo.
Cuando ya nos disponíamos a
marcharnos, nuestras vecinas sostienen una conversación sobre sus trabajos en
los almacenes agrícolas, sobre quién ha trabajado más, sobre quién lo necesita
más… Salvando la sensación de apuro, y dispuestos a no perder por completo la
tarde, nos acercamos a la mesa. Les pedimos disculpas por interrumpirlas, por
haber escuchado su conversación sin querer y les comentamos que somos investigadores
de la Universidad de Murcia y que, precisamente, estamos estudiando sobre el
trabajo agrícola en la zona. Se hace un silencio, las mujeres intercambian
miradas rápidas entre sí. Le entregamos una tarjeta de visita a la más cercana
a nosotros, la más locuaz, que coge la tarjeta y nos mira de arriba abajo, con
una media sonrisa difícil de interpretar. “¿En el trabajo? –habla al fin– hemos
retrocedido 30 años”. Ante tan contundente afirmación les preguntamos por qué aseguran
que sus condiciones de trabajo han empeorado tanto. Tras unos minutos de breves
comentarios, nos invitan a sentarnos y estamos hablando con ellas durante unos
45 minutos.
Las cinco mujeres reunidas rondan
la cincuentena, las dos sentadas más cerca de nosotros son las más dispuestas a
hablar, a veces en una sola conversación,
pero la mayor parte del tiempo en varias conversaciones que se
solapaban, las otras tres mujeres fuman sin parar, interviniendo muy de vez en
cuando. Nos cuentan que son trabajadoras de almacén, que han terminado la
campaña de la uva en Navidad y que ahora están haciendo un curso de formación
en una academia cercana porque “cuando no
estamos trabajando nos formamos”. Eso es desde enero a finales de abril o
comienzos de mayo, cuando no hay trabajo en la fruta ni en la uva. Están haciendo un curso de ocio y tiempo libre
para personas mayores, “así podré
entretener a mi madre”, nos dice con cierta ironía una de las mujeres, que más
tarde nos comenta que está cuidando de su madre, a la que han reconocido una
ayuda por dependencia… inevitable pensar en Mingione y en la importancia que
tienen las prestaciones públicas en la “agrupación de ingresos” de los hogares
y, por tanto, en sus estrategias de supervivencia, sobre todo cuando los
salarios no llegan todos los meses.
En relación al trabajo, aseguran
que ahora hay menos porque han cerrado muchos almacenes y cooperativas, hacen
un repaso de ellos, enumerándolos, hasta concluir que serían alrededor de unos
veinte. Se trata de un dato importante, que habrá que contrastar en la investigación
y que podría estar indicando un proceso de concentración y centralización de
capital en las empresas más potentes del sector. Respecto a las condiciones de
trabajo, nos dicen que han empeorado, que han perdido derechos, que ahora las
han cambiado al régimen especial agrario y que se tienen que “pagar el sello”.
Esta última información no coincide con lo que nosotros conocemos de la actual
legislación. “¿Pero en Frutas Esther?” –preguntamos para saber si hablan de una
empresa o de una cooperativa. La mujer se tensa, mira a izquierda y derecha
para ver quién puede estar escuchándola y baja la voz: “sí, en Frutas
Esther”.
Las mujeres se quejan de la
competencia que suponen para ellas tanto las trabajadoras inmigrantes como “las
viejas”. Entramos aquí en un discurso con el que las mujeres fijan su posición,
y sus avales, aludiendo a la cualificación laboral y el rendimiento en el
trabajo, pero que moviliza, en última instancia, diferenciaciones étnicas y de
edad.
Frente a las trabajadores
migrantes, nos plantean, ellas realizan el trabajo con más calidad y más rápido, son más cuidadosas a
la hora de limpiar la uva y de colocarla en las cajitas. Limpieza y primor en
un trabajo que conocen bien porque lo han hecho toda su vida. Un discurso de
virtudes femeninas y cualificaciones tácitas, como nos recuerda Susana Narotzky
al hablar del trabajo como ayuda, pero que ahora adopta el lenguaje del
reconocimiento profesional: el trabajo en el almacén no es para ellas un
trabajo que pueda hacer cualquiera, ni que se pueda hacer de cualquier manera y,
en consecuencia, debería tener una remuneración acorde con sus habilidades.
Como las trabajadoras migrantes no poseen esas cualidades, nos dicen, reducen
sus salarios para poder competir en el trabajo, una competencia que ellas
entienden como desleal y que degrada las condiciones de trabajo y el estatus de
todas. Recordando algunas reflexiones recientes sobre la acción sindical en el
sistema agroalimentario, podríamos plantear que este discurso representa una
demanda de reconocimiento de las cualificaciones laborales como forma de
contener las estrategias empresariales de movilización de un ejército de
reserva que, en este territorio, tiene rostro no sólo femenino, sino también
extranjero.
Frente a las trabajadoras
“viejas”, argumentan, ellas pueden mantener
un ritmo de trabajo superior con la misma calidad. “Las viejas” son las mujeres
que llevan más tiempo trabajando en el almacén, las primeras en ser llamadas y
las últimas en abandonar el almacén, las que trabajan más días de campaña,
porque son fijas-discontinuas; en un
trabajo estacional como el del manipulado de la fruta fresca, trabajar más o
menos días no es una cuestión banal.
En estas apreciaciones se
evidencian estrategias weberianas de cierre social (respecto a las trabajadoras
inmigrantes) y de usurpación social (respecto a los “privilegios” que ostentan
“las viejas” por su mayor antigüedad en la empresa) construidas sobre la movilización
de diferenciaciones de edad, pertenencia etno-nacional y cualificaciones
productivas.
Al volver sobre la degradación de
las condiciones de trabajo, sobre todo con la crisis económica que ha puesto a
la orden del día el “lo tomas o lo dejas” y el “es lo que hay”, nuestras
interlocutoras nos hablan de su participación en las importantes luchas y
huelgas de finales de los 80 y comienzos de los 90, en las que consiguieron
mejorar sus salarios, sus condiciones de trabajo, el reconocimiento de las horas
extras, la contratación como “fijo discontinuo” etc. Una de ellas, que fue subdelegada
de UGT, nos relataba cómo reclamó recientemente los atrasos que le debía la
empresa acompañada de un enlace sindical.
Para completar este puzle
deslavazado nos dibujan, a grandes trazos, sus mapas familiares: madres y
padres que cuidar, hijos que no tienen trabajo con 26 y 28 años y que permanecen
en el hogar paterno, sin posibilidades de emanciparse. Una de ellas, con una
hija en la universidad cursando un master, nos pregunta “¿tiene mi hija que dejar de estudiar ahora porque a mí no me den
trabajo ahora?”. Estrategias de movilidad social truncadas por la crisis,
pero también por un territorio que no parece ofrecer más opciones laborales que
las del almacén.
Sus maridos no ganan más de 1000
euros. Algunos trabajan como escardadores en competencia de nuevo con migrantes
que, afirman, cobran menos y hacen peor el trabajo. Otros se ocuparon en la
construcción, pero desde el comienzo de la crisis de 2008, andan combinando trabajos
para obtener una renta mensual decente. En los años de bonanza, incluso algunas
de ellas abandonaron el trabajo en el almacén para trabajar en otros sectores o
para dedicarse al trabajo doméstico, estrategias que implicaron renunciar a la
antigüedad en el trabajo agrícola y que ahora las colocan en una posición menos
favorable en su retorno al sector.
Ante un grupo de mujeres tan
interesante, con un conocimiento y experiencias tan importantes de la realidad
laboral y social del almacén de manipulado, intentamos establecer una forma de mantener
el contacto para futuras entrevistas, en las que profundizar en los temas que, de
una forma un tanto caótica, habíamos estado abordando. De nuevo las miradas
rápidas, los silencios, la reticencia a darnos sus números de teléfono; de
nuevo nuestra explicación de quiénes somos, de qué buscamos… “Lo que nos digáis es confidencial, nosotros
garantizamos el anonimato” –explicamos en un último intento desesperado por
conseguir sus contactos. “Claro, es que si no te puedes meter en un lío” –dice
la mujer que cuida de su madre. “Ya os llamamos nosotras” –dice la que cogió la
tarjeta, guardándola en su bolso y zanjando así el asunto. Sólo una de ellas
accede a facilitarnos su teléfono.
Satisfechos por el giro que ha
tomado nuestra visita a Abarán regresamos al coche y llamamos de nuevo a Pura.
“Todavía no ha vuelto de la peluquería”, nos dice el marido y cuelga el
teléfono. Estamos en su calle pero no sabemos cuál es la casa, bromeamos con
que el hombre está escondido detrás de unos visillos, espiando nuestros
movimientos… bromeamos, pero la sensación es ésa. En el viaje de vuelta a
Murcia comentamos lo interesante del encuentro y coincidimos, de nuevo, en las
reticencias, incluso miedo latente, que se respiraba en algunos momentos de la
conversación. Una de las mujeres nos había preguntado “¿Una entrevista dónde?,
¿en mi casa?, ¿en el bar?”… no nos conocen, no se fían de llevarnos a sus
casas… pero tampoco quieren hablar de estas cuestiones en un sitio público,
expuestas a oídos y miradas en un pueblo donde todos se conocen. Quizá
deberíamos buscar un lugar donde ellas se sientan más cómodas, un espacio en el
centro social, en alguna dependencia del ayuntamiento… habrá que pensarlo, no
hay espacios neutros. La tarde nos ha enseñado que no será fácil ganarse la
confianza de estas mujeres, hacerles hablar, pero seguro que será una tarea interesante.
[1] Los nombres de las personas contactadas o
entrevistadas son ficticios, con el fin de garantizar su anonimato.
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