en Universidad Autónoma del Estado de Morelos
(UAEM),México.
30 de octubre de 2012
30 de octubre de 2012
“Yo estimo que hay alrededor de 250 mil cajas de tomates
que se exportan a Estados Unidos
y los veo como 250 mil cajas de
agua
que sale de la región sin pagar impuestos…
[sin embargo] hay gente que vive aquí
que no reciben agua en sus casas”
(Residente
local del
Valle de San
Quintín, Baja California, México)[1]
En esta ocasión tuvimos oportunidad de escuchar las interesantes
reflexiones del Dr. Christian Zlolniski sobre un problema crítico de las
condiciones de vida de los trabajadores agrícolas del Valle de San Quintín: la
escasez de agua.
Este
valle, ubicado a menos de quinientos kilómetros de la frontera México-Estados
Unidos y a lo largo de la costa del Pacífico, es un paradigmático caso de la
cuestionable sostenibilidad de un enclave agroexportador orientado a la industria
mundial de productos frescos.
Focalizando
en el problema de la falta de equidad en la distribución del agua entre los distintos
usuarios, el conferencista mostró que no solo existe dificultad de acceso a ese
vital líquido por parte de los pobladores locales (y a un alto costo), sino -en
contraparte-, se brinda total disponibilidad de este recurso para las grandes
empresas agrícolas, que deben pagar poco y, además, reciben subsidios.
Este contrastante panorama resulta más
acuciante debido a que San Quintín se ubica en una región árida, especialmente escasa de
fuentes hídricas.
El conferencista estuvo
particularmente interesado en explorar las conexiones entre las políticas
económicas neoliberales que impulsan el crecimiento de la industria mundial de
productos frescos y las relaciones de poder regional que configuran un acceso diferenciado
al agua, lo cual está enmarcado por líneas étnicas y de clase.
El
antecedente inmediato de este escenario se encuentra a principios de los ochenta,
cuando la
intensificación de la producción hortícola orientada a la exportación en San
Quintín, propició el paulatino asentamiento de miles de jornaleros y familias
indígenas procedentes del sur de México, dando lugar a nuevas comunidades con
una enorme diversidad étnica.
Al igual que otras regiones de agricultura
intensiva del norte de México, San Quintín es resultado de políticas
neoliberales que promueven la producción hortofrutícola para mercados
internacionales. En este enclave en particular, el explosivo crecimiento de
población -en una zona particularmente árida y de escasa densidad demográfica-,
implicó grandes transformaciones sociales, económicas y ambientales. Las comunidades
rurales que han surgido –señala Christian Zlolniski-, están construidas con el
esfuerzo de jornaleros que han hecho de esta región su nueva comunidad de
adscripción, donde la consolidación del proceso de asentamiento ha ido a la par
de la pugna por el mejoramiento de las relaciones de trabajo y condiciones de
vida.
Entre otros retos, estas nuevas
comunidades de trabajadores han tenido que enfrentar el acceso diferencial al
recurso hídrico, en lo cual se ve claramente que existen políticas que favorecen
su uso por los agronegocios, a menudo a expensas del uso doméstico del agua. En
esta materia, las políticas estatales permiten subvencionar de diferentes
maneras a las grandes empresas. El investigador nos advierte que, en el Valle
de San Quintín, la agricultura comercial ha dependido mayormente del agua
subterránea (a diferencia de otros enclaves del norte que reposan en
infraestructura de irrigación) y, por el hecho de producir cultivos intensivos de
consumo de agua (como el tomate o la fresa), se generó un estrés ecológico a
nivel regional. En un primer momento, los productores locales recurrieron a los
acuíferos para irrigar sus tierras, por medio de la construcción de pozos y el
riego por goteo. Sin embargo la intensificación de la producción en la década
de los noventa, volvió a aumentar la presión sobre las cuencas hidrográficas.
Entonces, estudios sobre el uso del agua en el área concluyeron que la
agricultura comercial extraía seis veces más líquido que la recarga de aguas
subterráneas. Luego, a fines de la década de los noventa, la sobreexplotación y
la salinización de las cuencas llevaron a una crisis de agua tan severa que
algunos expertos predijeron el fin de la agricultura comercial en ese valle.
Sin embargo, los grandes productores encontraron alternativas, basadas
principalmente en tecnologías de tratamiento de agua y sistemas productivos
ahorradores de agua (y productos de mayor valor comercial), incluyendo
invernaderos y las plantas de desalinización. Se trata de tecnologías
procedentes de Estados Unidos y España, generalmente financiadas por los socios
comerciales de estos productores en Estados Unidos. Asimismo el estado mexicano
contribuye a subsidiar el costo de dichas tecnologías por medio de programas
que cubren hasta el 50% de las mismas para las compañías que acceden a tales
apoyos. Al mismo tiempo, el crecimiento de la agricultura de exportación
también ha fomentado prácticas agresivas de extracción de aguas subterráneas
entre compañías y productores que compiten por este escaso recurso.
En cambio, a diferencia de los
agronegocios, las colonias han tenido acceso limitado a este recurso, no han contado
con plantas desalinizadoras ni tienen subsidios gubernamentales para el agua de
uso doméstico. La agencia estatal responsable de la provisión de agua a los
residentes (Comisión Pública Estatal de Servicios de Ensenada, CESPE), no
estaba preparada para un repentino crecimiento demográfico y la consiguiente
demanda de agua. Existen solo 32 pozos urbanos (algunos de los cuales están
secos), cantidad mucho menor que los pozos registrados para riego (alrededor de
400, sin contar los “clandestinos”), y el 40 por ciento de las colonias de la
zona no tienen agua corriente. En el esquema de las políticas neoliberales de
reducir el “déficit fiscal”, afirmó el conferencista, se produjo un incremento
del costo de agua, lo que a su vez tuvo un fuerte impacto negativo en los
precarios presupuestos de los trabajadores agrícolas. Con el tiempo, la escasez
de agua y su elevado costo contribuyó a la expansión de mercados informales, la
proliferación de robo de agua y otras prácticas ilegales.
De tal manera, señala el
especialista, cuando el agua es escasa y se convierte en un recurso costoso,
puede exacerbar desigualdades sociales y de clase y fomentar disturbios
políticos.[2]
En San Quintín, las disputas en torno a este recurso ha provocado con
frecuencia protestas públicas, conflictos sociales y movilizaciones políticas
de grupos residentes en toda la región.
Christian Zlolniski concluyó
señalando que el desarrollo de San Quintín como zona agroexportadora, muestra
la transferencia de los recursos hídricos a través de la frontera
México-Estados Unidos por medio de productos hortícolas que consumen mucho agua
y de alta calidad. Es decir, el resultado de todo este proceso, es que exista
un “flujo virtual de agua” de uno a otro lado de la frontera, tal como otros
estudiosos de la agricultura comercial en el noroeste de México han señalado.
Este hecho está agudizado por las
políticas nacionales e internacionales que promueven el crecimiento del sector
empresarial en Baja California, a expensas del uso doméstico de sus habitantes.
En este contexto, el agua se considera un simple insumo productivo y los
productores son insensibles a las necesidades de los trabajadores y los
pobladores locales.
Tales prácticas permiten a las
empresas transnacionales externalizar los costos de agua a las zonas de
agroexportación, dejando a los residentes que compitan por los suministros
escasos y contaminados de agua. La externalización aumenta la distancia social
entre los agronegocios transnacionales como actores globales y las personas que
viven en las comunidades locales y son mano de obra en campos e invernaderos.
La relación entre fuerzas globales y
estructuras de poder regionales está, sin embargo, mediada por las políticas e
instituciones del estado. Frente a la competencia entre sector empresarial, por
un lado, y una sociedad civil que se fortalece en forma creciente, por otro,
las políticas implementadas por el gobierno mexicano en materia de agua han favorecido
claramente al primero.
Finalmente, se señala que el Valle
de San Quintín no es un caso aislado. La expansión mundial de la industria de
productos frescos ha introducido una intensa competencia por el agua entre
actores globales y comunidades locales en otras regiones de México y América
Latina.
Elaboró Kim Sánchez
8 de noviembre de 2012
[1] Testimonio citado por Christian
Zlolniski en “Water Flowing North of the Border: Export Agriculture and Water
Politics in a Rural Community in Baja
California ”, Cultural
Anthropology, Vol. 26, Issue 4, pp. 565-588.
[2] En el artículo antes citado se hace referencia
a Whiteford y Cortez Lara (2005) “Good to the Last drop: The Political Ecology
of Water and Health on the Border”, in Globalization,
Water and Health, Linda Whiteford and Scott Whiteford, eds. Pp. 231-254,
Santa Fe, NM: School of American Research.
Por último adjuntamos el artículo de Christian Zlolniski reseñado en el texto "Water flowing north of the border: export agriculture water politics in a rural Community in Baja California" publicado en Cultural Anthropology.
Texto Charla Christian Zlolniski en UAEM
Por último adjuntamos el artículo de Christian Zlolniski reseñado en el texto "Water flowing north of the border: export agriculture water politics in a rural Community in Baja California" publicado en Cultural Anthropology.
Texto Charla Christian Zlolniski en UAEM
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